CAPITULO XX
El retorno se produjo, pues, en junio de 1978. El matrimonio Leighton-Fresno vive primero en la calle Lota con Lyon de la ciudad de Santiago. Es allí donde se graban las conversaciones que sirvieron de fuente, virtualmente principal, a este trabajo. Se trata, en todo caso, de un lugar transitorio, al igual que otra casa, situada en Hamburgo, donde viven por otro período. La meta es volver a la casa propia, cosa que logran por fin. Ubicada en Martín de Zamora, lleva curiosamente el mismo número de otra casa, la del Comandante en Jefe del Ejército, que está a pocas cuadras de allí en Presidente Errázuriz 4240, y que hoy habita el General Pinochet. Esta vecindad, por cierto, es pura coincidencia.
La vida de Leighton durante este último período constituye un testimonio de presencia silenciosa, pero activa y eficaz. Vive preocupado de todo lo que sucede en Chile. En la mañana escucha las noticias sintonizando, alternativamente, las radios Chilena y Cooperativa. Después lee "El Mercurio" y las revistas. Desde las 11 de la mañana recibe amigos, habla por teléfono o sale de la casa a hacer compras o a cumplir algún compromiso. Después de almuerzo duerme un rato corto, a veces demasiado breve, para continuar recibiendo gente o haciéndose presente en actividades que le interesan.
Esta asistencia a diversos acontecimientos no es casual. Leighton estimula con su presencia muchas iniciativas. Asiste a las Semanas Sociales organizadas por la Iglesia Católica. Va a misa los domingos, en compañía de su esposa, a la Parroquia Universitaria, donde se encuentra con conocidos y mucha juventud. Visita amigos encarcelados y casi siempre logra romper el hielo de los gendarmes y carabineros que lo reconocen y recuerdan. Busca la conversación con todo el mundo, de izquierda a derecha, de oposición a gobierno. Su propósito es tender puentes que conduzcan a la democracia. No condena a nadie y se niega sistemáticamente a buscar culpabilidades sobre esto o aquello. "Partamos del hoy y miremos hacia adelante" repite constantemente. Y añade con vehemencia: "A partir de lo que existe en este instante, tratemos de avanzar juntos hacia la democracia. No nos enredemos en debates secundarios o prematuros. Todo a su tiempo. Ahora lo que importa es recuperar la democracia con todos los que quieran eso. Si algunos después quieren otra cosa, ahí se verá, pero eso no tiene importancia para la batalla de este momento."
Ha conversado con algunos hombres de gobierno que han aceptado visitarlo. Siempre afable y comprensivo, ha tratado de hacerles ver el error de querer seguir gobernando al país basados en el imperio de las armas. Les ha hecho ver el daño moral que eso significa para la nación y la necesidad de tomar conciencia de que las fuerzas armadas no tienen la misión de gobernar al país ni de actuar como virtuales "ocupantes" de su territorio, sino de defenderlo eficazmente de las amenazas externas y de participar en las tareas del desarrollo que les sean asignadas por las autoridades civiles. Les ha dicho que no econtrarán espíritu de venganza en el pueblo chileno, que él conoce muy bien, pero sí una legítima demanda por justicia en los casos donde ésta deberá actuar si se quiere recuperar la paz interna de la sociedad chilena. Una prolongación indefinida del camino actual le parece suicida para Chile y de costo inimaginable.
No ha vuelto a salir del país. En el fondo de su alma, no le interesa mucho. Además, no quiere abandonar por un instante a su señora esposa, nunca recuperada plenamente de las secuelas del atentado. Ha sido invitado a viajar, pero siempre ha rehusado. Chile es el único lugar de la tierra donde se siente plenamente a gusto, en lo suyo. Este sentimiento se palpa en todas sus actitudes a través de mil detalles. Su identificación con todo lo chileno es absoluta.
En su servicio a Chile, Leighton valora con su palabra y con sus gestos a la Iglesia Católica y al Partido Demócrata Cristiano.
A la Iglesia la ve no sólo como el lugar donde él practica su fe religiosa desde siempre, sino como actora viva y trascendente de la historia nacional. Cultiva la amistad con muchos hombres de Iglesia, de mayor o menor jerarquía, y dialoga personalmente con ellos. Tiene plena conciencia de las limitaciones que tiene la Iglesia para intervenir en los asuntos políticos, pero también conoce sus posibilidades, nada despreciables, de influir en ellos. En 1984 integra gustoso, junto al Cardenal Raúl Silva Henríquez y otras personalidades chilenas, el Comité que convoca a la Jornada por la Vida, llevada a cabo el día 9 de agosto. Cuando es nombrado Cardenal Monseñor Juan Francisco Fresno, primo hermano de Anita Fresno de Leighton, va con ella a esperarlo al aeropuerto y, de acuerdo al protocolo, como ex-Vicepresidente de la República, lo saluda inmediatamente después que el Nuncio Apostólico de la Santa Sede, Monseñor Angelo Sodano, que encabeza la fila. Ha saludado con alegría el esfuerzo por la reconciliación de los chilenos emprendido por todo el Episcopado. Se siente plenamente identificado con el mismo. Es por lo demás, desde siempre, "su" línea.
El Partido Demócrata Cristiano constituye su otra gran preocupación. El mismo día en que va a esperar a Fresno, sigue a continuación camino hacia Punta de Tralca, donde se lleva a cabo la Primera Junta Nacional de su partido desde mayo de 1973. Quiere estar presente allí y manifestar su opinión, a lo menos ejerciendo su derecho a voto. Puede decirse que ha seguido "haciendo política" desde que llegó a Chile, pero en su estilo "de bajo perfil". Esto significa que evita los discursos y las actividades públicas propias de períodos no autoritarios. Pero no deja un instante de estimular la formación política de la juventud, de fomentar el diálogo interno y externo a la DC, ni de aplaudir las luchas que se dan por medios pacíficos en los diversos frentes de la vida nacional. A raíz de la elección interna de dirigentes máximos del PDC, que culmina en Punta de Tralca en la ya mencionada Junta Nacional, acepta que se lleve a efecto en su casa un debate entre representantes de las tres candidaturas que se presentan. Se realiza con la presencia de 25 militantes de base, que se informan directamente de los planteamientos que están en juego. Es su contribución a la práctica de la democracia interna, que el PDC empieza a desarrollar nuevamente, en medio de las dificultades que pone el régimen y que durante casi diez años la hicieron virtualmente imposible.
La DC, como un todo, no queda indiferente ante este hombre público cuya trayectoria ha sido relatada en estas páginas de modo necesariamente sintético. Desde su retorno a Chile va tomando conciencia paulatinamente, de que le debe mucho a Leighton, desde una conducta rectilínea hasta su testimonio personal de coraje cívico que casi le costara la vida a él y a su esposa. Es demasiado para no hacer algo que exprese su agradecimiento. Es así como el 29 de julio de 1984 el Partido Demócrata Cristiano le rinde homenaje público a Bernardo Leighton. Lo hace en el viejo y tradicional lugar de muchas concentraciones de la DC a lo largo de su historia, en el teatro Caupolicán, que se llena para vivir horas de intensa emoción. Se cumplen 27 años desde que fuera fundada la Democracia Cristiana, formada por la fusión de la Falange Nacional, el Partido Conservador Social Cristiano, el Partido Nacional Cristiano y algunos grupos proveniente del Agrario Laborismo, que venía disolviéndose después de apoyar a Ibáñez en su segundo gobierno. Han sido tiempos tormentosos los que ha debido vivir, que pasan por circunstancias muy variadas donde se conoce el triunfo y la derrota, los desgarramientos y las convergencias, la agonía y la resurrección. De todo eso ya se ha hablado un poco aquí y todo eso está presente cuando Leighton sube al estrado a agradecer el homenaje, en el que después hablará Gabriel Valdés en nombre de todo el partido.
Los asistentes no contienen sus sentimientos. De pie aplauden con un nudo en la garganta. Ahí está, ante ellos, su figura sencilla y solemne, dramática por muchos conceptos, pero que sigue irradiando bondad, alegría y esperanza. Se le ve débil, frágil y de edad. Sin embargo, misteriosamente, se le siente joven, decidido y luchador incansable.
Por fin cesan los aplausos y todos toman asiento. Quieren oir a Leighton de nuevo, ¡por primera vez de viva voz en un discurso público pronunciado en suelo chileno desde 1973! Sus palabras constituyen el mejor fin imaginable para este trabajo que contiene apenas unas pocas pinceladas sobre su vida. He aquí lo que él dijo:
"Querido Presidente Gabriel Valdés, queridas amigas y amigos:
"Agradezco conmovido el homenaje público que me rinde mi partido y, en nombre también de Anita, lo acepto. Acepto este homenaje por un motivo muy distinto a la vanidad personal que pudiera pensarse por algunos."
"Esta ocasión me permite volver a dirigirme a miles de compatriotas para traerles un mensaje de fe en los valores democráticos y de esperanza de que su lucha será recompensada. Toda mi vida luché por ampliar y fortalecer la democracia de mi patria. Alguien podría pensar: ¡entonces Leighton fracasó!
"Pues no, mis amigos."
"Porque si esta mañana estamos aquí es gracias a la fuerza. ¡A la fuerza de ese pasado democrático que se abre paso a pesar de todo lo que se ha hecho por negarlo y cancelarlo! Mi lucha no fue la de un hombre solo. Milité en un partido que nació pequeño y que terminó siendo la expresión mayoritaria del país: el Partido Demócrata Cristiano. Formo parte de su grupo fundador. Conservo unas fotografías tomadas en 1935, el día de su fundación. Ahí se pueden ver los rostros jóvenes, apenas salidos de la adolescencia, de Manuel Garretón, de Ignacio Palma, de Radomiro Tomic, de Eduardo Frei. También estaban con nosotros don Horacio Walker, don Rafael Luis Gumucio, y su hijo, Rafael Agustín."
"Recuerdo ese día como si fuera hoy. Nos animaba el deseo de organizarnos para ser más eficaces. Más eficaces en la lucha porque Chile se sacudiera viejos moldes y creciera. Creciera en lo económico, pero sobre todo en lo político, en lo social y en lo cultural".
"Creíamos que la gran tradición republicana del siglo diecinueve, había sido justamente la capacidad demostrada entonces por quienes dirigieron el país, de establecer formas democráticas de gobierno en una época en que América Latina no conocía sino caudillos, dictadores e interminables guerras fratricidas."
"Pero no bastaba con sentirnos orgullosos de la tradición. Para ser fieles a ella era necesario ensanchar y profundizar el edificio democrático. Para eso nacieron la Falange primero y el Partido Demócrata Cristiano después. Para eso hicimos gobierno con Eduardo Frei a la cabeza. Para eso estamos hoy aquí, en medio de todas las dificultades, dando testimonio ante la nación entera."
"El día que fundamos la Falange, hablaron don Rafael Luis Gumucio y Radomiro Tomic. Don Rafael Luis, que ya estaba delicado de salud, se sintió mal durante el discurso y dijo: `¡Qué importa que un corazón viejo y enfermo deje de latir, si hay miles y miles de corazones jóvenes que seguirán latiendo!' Radomiro cerró sus palabras diciendo: `¡Patria nuestra, Patria nuestra, con tu nombre en el pecho se ha puesto de pie una juventud!'
"Dije antes que recuerdo ese día como si fuera hoy."
"Me equivoqué: ¡ese día ES hoy!"
¿Puede haber un discurso más emocionante y bello que éste? En estas brevísimas palabras, Leighton sintetiza todo lo importante de la vida y misión de la DC chilena. A la cabeza de todo, su fe en los valores democráticos y, muy poco después, la tarea permanente de la DC: "ensanchar y profundizar el edificio democrático". El fundamento: un país con una historia predominantemente democrática, capaz de resolver sus conflictos, propios de toda sociedad viva, en forma ordenada y civilizada. La tarea inmediata dentro del contexto dictatorial: la misma de siempre, esto es, luchar sin violencia por restaurar el régimen democrático como primera y casi única prioridad. El instrumento decisivo para contribuir a ello: la DC, ayer y hoy.
Leighton continua participando discretamente en la vida partidista. Se alegra serenamente cuando el general Pinochet pierde el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y se siente plenamente confirmado en su visión política y en la estrategia siempre predicada por él, de presión no-violenta sobre los acontecimientos, para encaminarlos en una atmósfera constructiva hacia la meta anhelada de restauración de la democracia. Cada vez que sus fuerzas se lo permiten se hace presente. Al cumplir ochenta años sus amigos le rinden de nuevo homenaje, expresándose lo que todos sienten por él a través de dos compañeros de su juventud: Radomiro Tomic y Jorge Rogers. No oculta su alegría en ese momento, ni tampoco cuando poco después se produce el categórico triunfo electoral de Patricio Aylwin el 11 de diciembre de 1989. Cuatro años más tarde, todavía celebra otro nuevo triunfo: el de su ahijado Eduardo Frei Ruiz-Tagle, quien llega a la Presidencia de la República con un apoyo tan grande, que incluso supera en algunos puntos al de su padre y al de Aylwin, que en su momento obtuvieron grandes victorias, cada una casi sin precedentes. Percibe con todos estos hechos y lo subraya en sus conversaciones, que Dios le ha dado el privilegio de ver realizado mucho de lo pensado y creído por él. Se siente feliz. Aunque su salud muestra a veces debilidades, sigue insistiendo que su único dolor y sufrimiento se lo proporciona el hecho de que su esposa haya sido también víctima del atentado de 1975 y que haya quedado con secuelas permanentes. Cuando nos habla de esto en privado, casi siempre se le nubla la vista y se le quiebra la voz.
Sus últimos años son de vida hogareña, de recuerdos y de incontables manifestaciones de afecto. Mucha gente, de las más variadas condiciones, lo aprecia, lo quiere y, cuando puede, se lo hace sentir. A veces le cuesta reconocer a sus amigos, porque la memoria, que siempre le ha hecho algunas malas pasadas, va decayendo poco a poco. Pero siempre, con buen humor y algo de paciencia consigo mismo, logra ubicarse y entablar la conversación.
El día 26 de enero de 1995, a las 4 de la madrugada, Leighton fallece de un ataque al corazón a la edad de 85 años cumplidos.
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