hermanobernardo

My Photo
Name:
Location: Valparaíso, Quinta Región, Chile

Casado con Nina María Soto (1964): 8 hijos, 16 nietos. Estudios: Derecho (Chile); Ciencias Políticas (Heidelberg, Alemania). Habla, lee y escribe alemán e inglés. Lee francés, italiano, portugués y holandés. Computación desde 1983. Internet desde 1994. Bloggers desde 2005. Autodidacta. Adaptable a las responsabilidades asumidas. Últimos cargos públicos: Agregado Científico en embajadas de Chile en Alemania y Holanda (1991 a 1995), Embajador de Chile en Venezuela (entre 1995 y 2000). Secretario General del Sistema Económico Latinoamericano, SELA (2000 - 2003) Libros: "Hermano Bernardo" sobre Bernardo Leighton y "La no-violencia activa: camino para conquistar la democracia". Numerosos ensayos políticos en diversas publicaciones. Profesor universitario (Chile y Alemania), periodista (prensa y TV) y diplomático. Hago consultorías y escribo permanentemente sobre muy variados temas. Actualmente soy Presidente del Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH, con sede en Santiago.

Tuesday, August 01, 2006

HERMANO BERNARDO

He decidido abrir este blog, con el propósito de poner al alcance de quien lo desee el texto completo de mi primer libro, "Hermano Bernardo". Lo escribí entre 1979 y 1980 y pude verlo publicado en Chile en Diciembre de 1982. Se trata de un texto que trabajé junto con Bernardo Leighton, como se relata en las dos presentaciones que escribió él y en mis tres introducciones. Allí están los detalles de cómo surgió esta obra. La he colocado en este sitio capítulo por capítulo de modo que en cada uno de ellos el lector pueda, si quiere, introducir comentarios. Más de alguien puede aportar nuevos conocimientos sobre la vida de este gran hombre. Todos quedan invitados a hacerlo.

DOS PRESENTACIONES

PRIMERA
PRESENTACION

Desde el feliz retorno de Anita y mío a nuestro Chile, he recibido numerosas peticiones para que exponga públicamente todo lo que pienso frente a la situación actual.

Me he negado a este planteamiento por no considerarme con la obligación de hacerlo; no percibo el deber de expresar la totalidad de mis opiniones acerca de estas materias dentro de las presentes circunstancias.

Con todo, la conciencia me lleva a no decir ni siquiera un solo punto contrario a los criterios que he sostenido y que sostengo.

Eso no debe hacerse; equivale a mentir.

En consecuencia, prefiero limitarme a lo que he dado a conocer en público o en privado, fuera de Chile o también aquí antes de salir del país libremente hace casi seis años.

El trabajo de recopilación y análisis efectuado por Otto Boye me ha convencido aún más que no se justifica agregar otras palabras a lo que he expresado y tratado de servir a lo largo de mi vida.

Allí está mi pensamiento de ayer y de hoy y ojalá de mañana. Anhelo que Dios así lo quiera.



BERNARDO LEIGHTON GUZMAN

Santiago, Noviembre 1982




SEGUNDA
PRESENTACION

Al salir como libro el trabajo de Otto Boye sólo quisiera agregar mi satisfacción de que ello pueda suceder por fin. Creo que los lectores saldrán beneficiados, pues podrán tener ante sí un texto con todas las ventajas que ofrece esta forma de publicar.

Durante los años que llevamos, Anita y yo, viviendo en Chile después de nuestro exilio, las circunstancias no han cambiado sustancialmente como para sentirse con la libertad y el deber de desarrollar más extensamente mi pensamiento. Públicamente he hablado muy poco y sólo entre mis amigos, cuando ellos me han impulsado a hacerlo. Han sido momentos inolvidables de fraternidad y afirmación de la vigencia plena de nuestro pensamiento. En privado he seguido dialogando, como siempre lo he hecho, y he podido comprobar el fenómeno macizo de que hay sobradas esperanzas de que los chilenos encuentren una salida a la situación actual en forma civilizada, sin recurrir a la violencia, ahorrándole así a nuestro sufrido pueblo el altísimo costo que esto último implicaría. Mantengo mi fe invariable en la capacidad de todos los chilenos para resolver los graves problemas acumulados, en democracia y para implementar caminos que conduzcan a ella. Apoyo, además, de todo corazón, el llamado a la reconciliación hecho por la Iglesia y, en particular por el Cardenal Fresno en este último tiempo y sus gestiones concretas que derivaron en el Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia, que ha abierto un horizonte de esperanza para todos los chilenos.


BERNARDO LEIGHTON GUZMAN
Santiago, Julio 1986

TRES INTRODUCCIONES

PRIMERA INTRODUCCION

En un momento de la historia patria en que a los políticos se los difama indiscriminadamente nada parece tan adecuado para desvirtuar generalización tan injusta como presentar a uno de ellos.

Hemos escogido a Bernardo Leighton, que ha participado durante casi medio siglo en la política chilena. Se trata, pues, de un actor y de un testigo. Su posición intransablemente democrática ha sido reafirmada en forma dramática durante el actual régimen militar, debiendo sufrir más de tres años de exilio y un atentado criminal que estuvo a punto de costarles la vida a él y a su esposa.

Su testimonio pone de relieve la concepción de la política como un servicio y como una vocación, inseparables de la vida misma.

En las páginas que ofrecemos al lector donde casi siempre habla personalmente su actor principal esperamos reflejar lo mejor posible la dimensión de su personalidad, de su pensamiento y del significado de su acción.

Para realizar este trabajo recurrimos a la grabadora, donde registramos muchas horas de conversación; a los archivos personales de Bernardo Leighton, quien nos permitió su revisión; a sus actuaciones y discursos públicos, que recogimos en la prensa y en las actas parlamentarias, al testimonio personal de terceros, relatándonos hechos recordados por ellos. A todos los que en una u otra forma, colaboraron a hacer posible este trabajo, agradecemos desde el fondo de nuestra alma.

Confiamos en que este esfuerzo constituya una contribución, aunque sea modesta, al nuevo despertar democrático de Chile.

OTTO BOYE
Santiago, Noviembre 1982



SEGUNDA
INTRODUCCION

El trabajo que tiene el lector en sus manos, sobre la vida de Bernardo Leighton, surge de una historia que ahora debo contarle, porque ya forma parte, también, de la trayectoria de su personaje central.

Todo comenzó en Roma durante el mes de abril de 1974. En dicha ocasión lo visité durante unos días y conversé largamente con él. Impactado por las noticias que llegaban de Chile (yo vivía en Alemania Federal desde Agosto de 1973) le pedí que me relatara una experiencia suya, la vivida durante la dictadura de Ibáñez (1927-1931), que podía arrojar luz sobre lo que sucedía ahora y sobre el posible curso de los acontecimientos en el futuro. Después de todo, él había sido testigo y actor, en su juventud, de un proceso donde los militares se habían involucrado a fondo en la política y en el cual habían sucedido cosas que tal vez podían compararse.

Bernardo aceptó el desafío y durante casi tres horas me contó una infinidad de hechos. Aparecieron allí personas y circunstancias que guardaban semejanzas con lo que acontecía ahora en Chile, pero también numerosas e importantes diferencias. Pensé que este político chileno insobornablemente demócrata, que sabía tanto sobre nuestra historia de los últimos cincuenta años, tenía el deber de escribir sus memorias. Se lo dije. Me respondió que lo había pensado, pero que se detenía ante una dificultad: la máquina de escribir. Sabía usarla, pero con demasiada lentitud. "Si avanzo una página al día es mucho...", me dijo medio en broma, pero también medio en serio.

Le expliqué que existían métodos más expeditos de trabajo. Le ofrecí mi colaboración para llevar a cabo este empeño grabando, en conversaciones periódicas, sus recuerdos, a fin de obtener de allí el material para un texto que él después sólo debería revisar y corregir.

Esa idea le gustó y aceptó. Me puse, pues, a la tarea de buscar la forma de cumplir esta meta.

Habría de pasar bastante tiempo y muchos sufrimientos antes de que pudiésemos empezar. Vino la prohibición de regresar al país, el atentado contra él y su señora, la larga convalecencia y la falta de contacto con sus archivos, fotos y otros recuerdos que habría necesitado para apoyarse en ellos. Todo conspiraba en contra de nuestra idea. Por mi parte, al planificar este trabajo, me di cuenta que me costaría un año de dedicación exclusiva, razón por la cual sólo podría realizarlo si conseguía una beca ad-hoc para esta finalidad. Aunque no me hice muchas ilusiones, redacté un proyecto e inicié una búsqueda.

Transcurrieron así varios años, hasta que Leighton fue autorizado para volver a Chile. Pensé, entonces, en una postergación indefinida, pues no tenía posibilidades de regresar a la patria todavía. Virtualmente opté por archivar esta idea y no la tenía in mente cuando en Diciembre de 1978 sonó el teléfono. Era Jorge Arrate, Director del Instituto para el Nuevo Chile, que se había creado recientemente en Rotterdam, Holanda, gracias a ideas y gestiones que alcanzara a realizar Orlando Letelier antes de ser asesinado en Washington. Me llamaba para comunicarme que el Instituto había tomado la decisión de iniciar su programa de investigaciones apoyando mi proyecto y que podía ir a Chile tan pronto me fuera posible. Lo sorpresivo hizo más emocionante y agradable esta noticia. Empecé a preparar de inmediato el viaje, que se verificó a fines de febrero. El lunes 5 de marzo de 1979 empezamos a conversar en Santiago, con grabadora encendida, Bernardo Leighton y yo, en sesiones matinales que se prolongaron por casi tres meses. El proyecto largamente conversado y soñado se hacía realidad.

Cumpliendo lo previsto, un año después le entregué personalmente, a mi inolvidable amigo Claudio Orrego, el manuscrito del libro, que titulé "Hermano Bernardo", para que lo publicara Editorial Aconcagua. Claudio, que era su director, me advirtió que podría haber dificultades, porque acababa de recibir una notificación gubernamental en que se volvía a poner en funciones el mecanismo de la censura previa de los libros. Esta advertencia se cumplió guardando silencio, pues nunca llegó una respuesta autorizando o rechazando su publicación en forma de libro.

Cuando regresé a Chile definitivamente, en octubre de 1982, la censura todavía no daba respuesta. Decidí entonces, buscar otro camino y fue así como el texto del libro pudo publicarse como contenido de un número especial de la revista "Análisis". Eso sucedió en diciembre de ese mismo año y la edición se agotó en poco tiempo. Pero quedaba pendiente el anhelo de que "Hermano Bernardo" se publicara en formato de libro. Hoy se cumple este deseo.

El texto ha sufrido pequeñas, pero significativas modificaciones. El material gráfico es más rico y se ha agregado un capítulo nuevo, que relata algunas actuaciones de Leighton en Chile realizadas después de su retorno al país hasta este momento. Quedaría mucho, muchísimo por añadir, si quisiera hacer algo completo. Lo ofrecido pretende sólo aproximarnos a una persona y a una etapa histórica ricas en lecciones y ejemplos válidos para hoy.

Agradezco el apoyo humano y material prestado por el Instituto para el Nuevo Chile, que hizo posible la investigación y posterior publicación de la primera edición en la forma relatada. Extiendo este agradecimiento a todas las personas e instituciones que han respaldado este esfuerzo y hoy, muy especialmente, a Editorial Aconcagua por hacer realidad la meta de editar este Libro.


OTTO BOYE

Santiago, Julio 1986



TERCERA INTRODUCCION

Escribo bajo la emoción de la partida de Bernardo hacia la eternidad insondable y misteriosa. Ha fallecido el día 26 de enero de 1995, cuando ya se encaminaba a cumplir en agosto 86 años de fecunda vida. Aunque a esta edad la muerte puede llegar en cualquier momento, de todos modos se hizo presente en forma inesperada, rápida, prácticamente sin aviso previo.

Y así nos quedamos sin él. ¿Sin él? En verdad eso es impensable, porque es imposible. Su presencia ha comenzado a crecer -¡lo estamos viendo!- desde el instante mismo de su partida. Concluido su paso por esta tierra, el solo balance hecho por tantos desde los más diversos ángulos espirituales, culturales y políticos, ponen de relieve el hecho de que está vivo, dándonos ánimo, fuerza y esperanza en la lucha cotidiana por construir una sociedad mejor, más fraterna, más humana.

El texto que publicamos ahora tiene su historia, relatada en sus aspectos esenciales en las dos presentaciones escritas por Leighton -en 1982 la primera y en 1986 la segunda- y en las dos introducciones redactadas por mí en esos mismos años para las dos primeras ediciones. El contexto histórico explica alguna de sus características, como sacarlo primero como número especial de la revista "Análisis" en vísperas de la navidad de 1982 y publicarlo como libro sólo cuatro años después. Era la dictadura la que condicionaba estos pasos algo rebuscados. Ahora queremos entregarlo, como una forma de rendirle un homenaje muy especial, repasando parte de su vida en forma algo más detallada que lo permitido en los espacios siempre reducidos de los artículos, discursos y otras manifestaciones de esta misma índole. Su contenido constituye, quizás, una suerte de testamento político, aunque su verdadero legado se encontrará siempre en su vida toda, inabarcable e inalcanzable por la palabra escrita.

Leighton pensó seriamente redactar sus memorias, pues tenía muchísimo para contar. Algunas páginas, recogidas aquí en gran parte, alcanzaron a salir de sus manos. Sin embargo, fue el atentado el que, en definitiva, frenó este propósito y el que abrió el camino al trabajo que, con mucha satisfacción, publicamos por tercera vez.

Elaborarlo y escribirlo, fue una faena que recuerdo con intensidad y afecto hacia el matrimonio Leighton-Fresno. Fueron, en verdad, ambos, Bernardo Leighton y su esposa, Anita Fresno, quienes colaboraron, con una disciplina a toda prueba, para que esta obra se hiciese realidad. Aunque trabajé más horas con él, ella también me aclaró muchos puntos y siguió con interés algunas de nuestras largas conversaciones, haciendo siempre aportes valiosos. Fueron primero tres meses de trabajo continuo, salvo los sábados y domingos. Yo llegaba puntualmente a las diez de la mañana a su hogar y él ya estaba listo esperándome. Conversábamos un momento tratando de seguir -y a veces recuperar- un hilo basado en una minuta mínima. A ratos, cuando el tema lo merecía, encendíamos la grabadora y registrábamos su testimonio. A la una se terminaba esta forma de trabajar. Generalmente doña Anita nos ofrecía a esa hora un aperitivo de premio, que aceptábamos siempre. Aunque cada vez me invitaban a almorzar, no siempre aceptaba, porque aprovechaba de ir a reunirme y conversar con gente que podía aportarme otros antecedentes de su vida política. En todo caso, después de almuerzo iba a la Biblioteca Nacional o a la Biblioteca del Congreso -que seguía funcionando silenciosa, pero eficazmente- para leer sus intervenciones parlamentarias o revisar diarios y revistas de cada una de las etapas históricas en que le tocó actuar. Ahí aprovechaba de tomar apuntes o sacar fotocopias. Muchas veces regresaba a verlo nuevamente, no para someterlo de nuevo a un interrogatorio sistemático, pero sí para seguir conociéndolo mejor y conocer también a mucha gente que iba a verlo en las tardes. De aquí surgieron contactos de suma utilidad para este trabajo.

Después de tres meses, me retiré con todo el material a escribir la primera versión de "Hermano Bernardo". Volví a trabajar con él una vez que estuvo lista siete meses después. Empleamos cuatro semanas en su lectura y correcciones sobre la marcha, más otro tanto en introducir mejoras y nuevas informaciones, hasta lograr un manuscrito definitivo.

No olvidaré jamás el total de esos cinco meses de contacto directo con él. Lo vi contento de hacer lo que habíamos emprendido y totalmente seguro y convencido de su necesidad. No hubo jamás vacilación alguna al respecto, subrayando así su determinación de alcanzar la meta. En nuestras conversaciones, registradas sólo en una mínima parte, existieron por cierto confidencias no destinadas a la publicación, pero debo dar testimonio de que siempre hubo en él pureza, elevación y mucha grandeza de alma para juzgar y para opinar sobre las personas que había conocido. Incluso respecto a quienes habían atentado contra la vida propia y la de su esposa aludía sin rencor. A sus compañeros de partido los mencionaba con apelativos o modos simpáticos y cariñosos: el "flaco Frei", "Rrradomirr", "Jaime Casti", el "chico Zaldi", "Rafa Gumucio" y muchos más eran aludidos por él de esta manera. Cuando olvidaba los nombres de algunos de ellos, los describía con tal cantidad de detalles, que demostraba que su mala memoria sólo existía para recordar cómo se llamaban, pero no respecto de sus personas y de sus circunstancias. Todo este mundo de gente, casi formaba parte de su propia familia. Sabía la vida de cada uno y estaba siempre preocupado de cómo les estaba yendo. No temía por su seguridad, pero se inquietaba por la de todos los demás. La muerte de muchos de sus amigos más cercanos lo afectó siempre tremendamente. En esos momentos, no le daban las fuerzas para ir a sus funerales y buscaba otro modo de manifestarle su dolor a sus parientes y amigos cercanos.

De los fundadores de la Falange, Leighton ha sido uno de los últimos en dejarnos. La enorme responsabilidad de los que continuamos creyendo en los valores que él encarnó en forma tan integral consiste en ser capaces de seguirlos practicando fielmente. Si pudiéramos acercarnos medianamente siquiera a ese ideal, el destino entero de Chile sería mejor, porque la sociedad toda se haría más fraterna, más sobria, menos materialista, más justa y más solidaria. La vida de Leighton nos convoca a ello.

Las páginas siguientes, que inevitablemente sufrieron, no sólo en su forma, como ya se dijo, sino también en su contenido, la influencia de la situación histórica que se vivía al escribirlas (1979-1980), conservan no obstante, en la medida en que hayan sido capaces de reflejar fielmente a su personaje central, plena vigencia en casi todas sus partes. De allí que las presentemos sin cambios, salvo pequeñas correcciones y unas pocas notas explicatorias más, colocadas ahora al final. No nos queda sino desear que el lector obtenga provecho de su lectura atenta, agradeciendo, una vez más, a todos los que en una u otra forma, han hecho posible esta tercera edición.


OTTO BOYE

La Haya, Febrero de 1995.

CAPITULO I

EN EL HOGAR
NACE UNA VOCACION POLITICA

"Este Bernardo" -se ha escrito- "es hombre del sur. Su ciudad de origen es Nacimiento, uno de esos tantos pueblos chatos que más allá del Bío-Bío parecen perdidos entre las frondosas ramas del bosque austral. Su padre, que es juez del departamento y su madre, natural de Angol, después de largos años han logrado conservar este único vástago de su unión, un muchachito moreno y nervioso que parece tan frágil y delicado como un pájaro". (1)

Varios elementos cuentan aquí para conocer los primeros pasos de Bernardo Leighton por la vida. El año en que nace, 1909, esta muy cerca del siglo pasado, y en Nacimiento, ciudad próxima a territorio araucano durante toda la Colonia y parte de la República, se hacen visibles las huellas de ese período en las disputas por la tierra.

Su padre, don Bernardino Leighton, debe conocer como juez dichos pleitos, las más de las veces impregnados de terrible violencia, ejercida por el bandolerismo y el cuatrerismo que azotan la región.

El hijo sólo recuerda que en 1913 "se le rinde homenaje a mi padre a raíz de su traslado a Los Angeles".(2) La causa es la delicada salud de Bernardo y la virtual falta de médicos en Nacimiento.

"Mi padre, que era un hombre con mucho espíritu de juez renunció por mi salud a seguir ejerciendo esa profesión. Temía que en Nacimiento estuviera mal cuidada, pues allí sólo existía un médico, por lo cual se trasladó a Los Angeles a trabajar como Notario y Conservador de Bienes Raíces de esa ciudad. Un año antes de esta fecha había fallecido un hermano mío y esta amarga experiencia movía a mi padre a extremar los cuidados conmigo. Mi madre, por cierto, lo acompañaba totalmente."

Leighton evoca a su padre como "un hombre siempre buscador de la justicia, con mucho valor, arriesgando incluso su seguridad en numerosas ocasiones. A esa imagen se une la de una persona apegada a la ley, "que sostenía decididamente la idea de mantener nuestra organización jurídica en la vida nacional. De esto me transmitió mucho."

"Leighton, que es el hijo regalón, el hijo único cuya vida se defiende como frágil tallo de flor, no va a la escuela. Es hijo de magistrado, pero vive con el pueblo, goza de libertad y sólo sabe de la disciplina escolar cuando una hermana de Juan Antonio Coloma (destacado político conservador años más tarde) llega en las tardes a enseñarle los primeros cursos de preparatoria. Esa dulce maestra y su austera madre son el vaso femenino en que va creciendo su niñez. Ambas están formadas en la más clásica escuela cristiana, pero con la diferencia de que la maestra lo somete al molde riguroso de los ritos y la madre a un cristianismo sin prejuicios, vivido en espíritu y en verdad. Vivido tan en espíritu y en verdad, que Bernardo creció en la compañía de dos hermanos adoptivos, un niño y una niña que compartieron en el mismo hogar el pan de la fraternidad cristiana." (3)

"Fue una infancia tranquila, no muy alegre, porque era hijo único y muy enfermizo", dirá Leighton a una revista. (VEA 29-111-1973)

En 1921 se aleja por primera vez de su casa y va a Concepción, para estudiar como interno en el Seminario, Sección Seglar. Un año después se traslada a Santiago, e ingresa también interno al Colegio San Ignacio, de los padres jesuítas.

Este contacto con un mundo más complejo, agitado además por luchas políticas cada vez más enconadas, contribuye a ensanchar su visión de las cosas. En 1920 ha llegado a la Presidencia de la República Arturo Alessandri Palma, encabezando vastos sectores medios y populares que ingresan por primera vez a la escena política. Los sectores oligárquicos afectados resisten el nuevo hecho atrincherados en el Congreso Nacional, desde donde tratan de frenar la obra renovadora del Presidente. Es en este contexto histórico, que se le va paulatinamente haciendo consciente, donde Bernardo Leighton se transformará en político, en un proceso que durará menos de 10 años.

Su primera actuación propiamente política la realiza impulsado por sentimientos aún confusos cuando cursa, durante 1925, el 5o. Año de Humanidades (equivalente al 3o. Medio de hoy). Junto con su compañero Sergio Fernández Larraín, envía una carta de colegial al Presidente Alessandri, que acaba de regresar al poder, después de haber sido derrocado por los militares en el mes de septiembre del año anterior. Su contenido, que desconocemos, "era un grito de comprensión que partía del sitio más hermético de la oligarquía de Chile al más odiado representante del pueblo". (4) El testimonio citado indicaría que se trataba de un acto solidario, de apoyo al mandatario constitucional. De hecho la carta no fue entregada.

Es curioso este acto tan especial, porque no sólo desafiaba un sentimiento generalizado dentro del colegio, sino que mostraba independencia respecto a su padre, que era conservador y no miraba con simpatía a Arturo Alessandri.

Los primeros contactos con la política nacional los hizo Bernardo Leighton junto a don Bernardino en Los Angeles, durante las vacaciones de verano de 1924, en el curso de una campaña electoral bastante violenta. Por esos días "falleció el padre de Juan Antonio Coloma. Fue muy triste, porque sucedió con motivo de una intervención de un contrario político. Pero no fue un asesinato, sino que una desgracia. Para mis padres y para mí todo esto fue muy triste. Ellos fueron a verlo al lugar donde había caído. Yo también llegué en ese instante..." Aquí interrumpe Leighton su relato, probablemente porque vuelve a sentir la emoción de esos momentos. Como ya lo hemos visto, le unían lazos afectivos fuertes con la familia Coloma.

"En septiembre de 1924 se dio un golpe militar y fue derrocado de su cargo el presidente constitucional y democrático de Chile, que era don Arturo Alessandri Palma en su primer período presidencial. Fue un golpe de derecha en contra de un gobierno de izquierda. En Los Angeles, la junta militar designó intendente a un conservador, don Heriberto Brito, quien le pidió a mi padre leyera el bando donde se daba cuenta formal a la ciudadanía del cambio de gobierno. El intendente, aparte de la amistad personal y política, le pedía esto porque era el notario más antiguo, y también por su condición de Conservador de Bienes Raíces. Mi madre me contó después -yo me encontraba en ese momento en Santiago- que mi padre llegó feliz a contarle:

- M'hijita, prepáreme el chaquet y el tongo, porque tengo que ir a leer esto: ¡mírelo!

Mi madre lo leyó y le dijo:

- M'hijito, no se alegre tanto. Sería mejor que no leyera ese papel con tanto entusiasmo.

- ¡No! -contestó- lo leeré como corresponde...

Y salió muy feliz. Tomó una victoria acompañado por un grupo de uniformados, cumplió el encargo leyendo el bando y regresó a la casa muy satisfecho. Mi madre le reiteró:

- No debió haber andado tan contento.

- Pero m'hijita, si ha sido muy bueno. Ahora va a cambiar todo.

Pasó el tiempo y vino enero de 1925. Yo estaba en Los Angeles de vacaciones cuando el 23 de enero se produjo un nuevo golpe militar, promovido por oficiales jóvenes de izquierda, entre los que estaban Carlos Ibáñez y Marmaduque Grove. Pues bien, en Los Angeles cambió otra vez el intendente, siendo designado el mismo del tiempo de Alessandri, que llamó de inmediato a mi padre:

- Mire don Bernardino, me interesaría mucho que Ud., como notario más antiguo, leyera este bando.

Mi padre, que era un hombre muy dado a someterse a estas circunstancias respondió:

- Bueno intendente, yo obedezco.

Al llegar a casa mi padre, no pudo evitar el comentario de mi madre:

- No ve m'hijito que habría sido mejor no alegrarse tanto la vez pasada.

Recuerdo esto, porque en mi vida esta actitud de mi madre tuvo un alcance político muy grande. Me produjo mucha impresión, porque comprendí que la vida política había que tomarla en la realidad y con mucha objetividad. Mi madre fue mi maestra en esa y en muchas circunstancias. Ella siempre leía los diarios con espíritu de no tomar partido y dialogaba con mucha libertad con los que pensaban de otra manera. Mi padre, en cambio, siendo muy respetuoso también, tenía ideas más firmes y procuraba que ellas se impusieran entre los amigos."

Este testimonio personal es clave para entender el estilo de vida y la forma de hacer política de Bernardo Leighton. Fue su propia madre la que le mostró el camino del diálogo, la visión realista y desapasionada de las situaciones políticas, su tremenda relatividad. Incluso una cierta socarronería sana y alegre pareciera encontrar su raíz en la personalidad de su madre, doña Sinforosa Guzmán.

Hay otro recuerdo que contribuye también a lo mismo. Cuando cae Alessandri por segunda vez, en octubre de 1925, Leighton estaba en Santiago:

"Yo andaba por las calles del centro de Santiago y pasé frente a la Moneda. Ahí vi a mucha gente conversando animadamente. No había entusiasmo, pero sí mucha preocupación. Pregunté qué sucedía y alguien me respondió:

- Pero mire, si lo acabo de ver: el Presidente Alessandri ha salido sin sombrero diciendo 'me han vuelto a sacar los militares. Voy a ver a Barros Borgoño que vive cerca de aquí para que asuma como Vice-presidente de la República, tan pronto lo nombre Ministro del Interior'. (Este es el procedimiento de la Constitución de 1925).

Así lo hizo y esto me causó mucha impresión, pues Barros Borgoño había sido derrotado en 1920 en las elecciones presidenciales por don Arturo Alessandri, en una lucha muy intensa y difícil. Ahora el candidato derrotado con anterioridad era llamado por su vencedor de entonces a ocupar el cargo por el cual habían disputado tan arduamente. Esta forma leal de resolver un conflicto en sí dramático dejó ciertamente una huella en mí."

Lentamente, en la escuela de la vida, bebiendo de aquí y de allá, va germinando una vocación política.

En 1927, Bernardo Leighton ingresa a la Universidad Católica de Chile a estudiar leyes. Reconoce que lo hizo por influencia directa de su padre. Además, "en esa carrera veía yo las mejores posibilidades de servir y llevar a la práctica el pensamiento cristiano en el campo laico, civil, seglar. Esta idea, compartida también por muchos otros, se había ido formando ya en el Colegio San Ignacio, donde algunos sacerdotes la impulsaban con mayor o menor énfasis y eficacia".

Algún rol jugó aquí también la actuación de Carlos Ibáñez del Campo, que era desde hacía dos años el virtual dueño de la situación política nacional. No le gustaron a Leighton algunos actos arbitrarios de este caudillo militar, traducido en persecusiones, detenciones y abusos ejercidos contra personas de todas las ideas, entre ellos parlamentarios y dirigentes sindicales. Le desconcertó bastante que prácticamente nadie le opusiera resistencia a esta conducta anticonstitucional y que, mientras se llevaban a cabo detenciones y se enviaban muchos hombres al destierro, los partidos políticos proclamaran a Ibáñez candidato único a la Presidencia de la República. "Me acuerdo perfectamente que yo estuve en contra de esto. No lo compartía".

Pero los hechos definitivos que lo conducirían a la política tienen lugar en la Escuela de Derecho de la Universidad Católica de Chile. En el silencio impuesto por la dictadura, observando su actuar cada vez mas atentamente, cristaliza el político que, en el fondo, ya había en él. Sería acompañado y aún seguido por muchos otros, con los que llegaría a formar pocos años después el núcleo central de la élite dirigente del social cristianismo chileno.

Leighton reconoce que el carácter realizador y reformador que tuvo el gobierno de Ibañez le permitió gobernar sin grandes tropiezos durante los tres primeros años. Los problemas comenzaron a agudizarse en 1930, agravados en medida importante por la depresión mundial, hasta culminar con la caída de la dictadura al año siguiente. Durante todo este período previo a la crisis del régimen los jóvenes católicos no se dedican a la actividad política abierta. Tampoco pierden su tiempo.

"En esos primeros años del régimen dictatorial, los jóvenes católicos que estábamos en las universidades, o que trabajábamos en actividades en torno a las parroquias, no realizamos, salvo contadísimas excepciones, tareas de verdadero carácter político, pues, de hecho, no existía libertad efectiva para llevarlas a cabo. En la Juventud Católica de aquella época predominaba la formación doctrinaria y la acción social al margen de toda actividad política. En la Universidad Católica existía ya la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, más conocida como ANEC, que dirigía en ese tiempo don Oscar Larson. Tenía algo más de diez años de existencia y concordaba muy bien con el movimiento de la Acción Católica que, a fines de la década de los 20, había empezado a promover vigorosamente ese gran papa que fue Pío XI. Yo participé en esta organización desde 1927 hasta fines de 1930. Durante 1928 debí suspender virtualmente toda actividad, para concentrarme exclusivamente en los estudios, debido a que estuve bastante delicado de salud. El 8 de noviembre de 1929 falleció mi madre, esto es, hace cincuenta años". (5)

Las circunstancias que movilizan a una persona a tomar un compromiso por toda la vida suelen ser casi insignificantes y hasta banales si se las compara después con su realización práctica. Así sucedió también con Bernardo Leighton, quien dejó registrados estos detalles en apuntes personales:

"A fines de 1930 mi actividad, desarrollada dentro de la ANEC sin connotación política especial, adquirió otro rumbo debido a hechos casuales, extraños y punzantes para mí. Guiándome por un aviso breve y curioso de un diario izquierdista, asistí a una reunión pública en el Teatro Coliseo, en la que un dirigente obrero, a quien en años posteriores conocí, informó sobre la existencia de numerosos trabajadores cesantes, venidos sobre todo de las minas paralizadas del norte, unidos a sus esposas y familiares y sujetos a una estricta prohibición de recorrer las calles de Santiago para obtener fuentes de vida por medio de ayuda o de trabajo. Yo me fui de inmediato a confirmar esta información y pude corroborarla plenamente. Se me ocurrió, en vista de estos antecedentes, crear en la ANEC un comité destinado a desarrollar una acción de solidaridad con ellos. Recorreríamos la ciudad pidiendo zapatos, ropas, víveres y medicinas. Necesitaríamos un camión o varios para recoger las ayudas. Para efectuar estos propósitos redacté una solicitud dirigida al Intendente-Alcalde de Santiago, un militar en retiro. Le pedía que nos autorizara a hacer circular una información sobre el problema de estos trabajadores chilenos y se obtuviera una colaboración concreta en favor de todos ellos. La petición incluía la repartición de los volantes y los camiones. El Intendente-Alcalde negó la autorización. Ahora bien, aunque la ANEC llevó de todas maneras a cabo esta actividad de solidaridad cristiana y social, la negativa de la autoridad me produjo una reacción diferente. Para mí quedó muy en claro la incompatibilidad que existía entre un gobierno dictatorial y la conciencia de los jóvenes católicos, que nos sentíamos solidarios de los trabajadores de Chile en los problemas básicos de su vida y de su actividad en la industria y la economía del país. Esta observación me hizo iniciar de inmediato mi actividad política en contacto reservado con muchos otros jóvenes que, bajo diferentes concepciones doctrinarias, coincidíamos en objetivos contrarios al gobierno, por su actividad opuesta al respeto integral de la Constitución. Así nació para mí la actividad política, que desde entonces jamás dejó de acompañarme."

Se ha escrito sobre este episodio tan significativo, haciéndose un intento de interpretar el probable proceso interior que experimenta Bernardo Leighton:

"La caridad responde con largueza, pero es necesario tener un gran camión para recoger los objetos y repartirlos. El problema, sin embargo, no es el camión, sino el permiso municipal. El Alcalde señor Parada niega el permiso porque le parece subversivo entregarse a tan humanitaria labor."

"Leighton, que ha ido cayendo peldaño tras peldaño a la realidad, se da cuenta por fin de lo que sucede. Lo que sucede es esto: cesantía en la clase obrera, silencio para ocultar el mal y dictadura para evitar que los cesantes protesten. O sea, lo primero no es buscar zapatos, ni ropas, ni pan. Lo primero es conseguir libertad. Y es en este vértice dramático donde Bernardo Leighton se encuentra con el imperativo de ingresar a la política de una vez." (6)

Puede haber alguna simplificación en estas consideraciones, pero ellas reflejan en esencia el vuelco que, a raíz de un hecho relativamente simple, sufrió la vida de Bernardo Leighton. Ya nunca más abandonará la vida política, convencido de que es en ese nivel donde se resuelven mejor los grandes problemas sociales o, al menos, desde donde se remueven los obstáculos mayores para avanzar hacia soluciones concretas. El gran prerrequisito para que el pueblo pueda aspirar a solucionar sus problemas es la libertad. Sin ella, la autoridad puede arbitrariamente bloquear cualquier proposición por tiempo indefinido. El aparato represivo se encarga de acallar las protestas y oculta, con su tremenda maquinaria, la realidad dramática de los hechos. En libertad puede empezarse por llevar el asunto a la consideración pública y presionar así hacia su solución. Esta convicción se encarna en Leighton muy profundamente hasta llegar a sostenerla a cualquier precio. Constituye una especie de ley fundamental o viga maestra que orienta y ordena toda su acción. Veremos su aplicación en numerosas situaciones que, a partir de entonces, le toca vivir.

CAPITULO II

INFLUENCIA DE
DON RAFAEL LUIS GUMUCIO

"El hombre tal vez mas importante para mi durante mucho tiempo fue don Rafael Luis Gumucio. Lo conocí cuando yo cursaba el cuarto año de leyes, gracias a su hijo, Rafael Agustín, que estaba un curso más abajo que yo, porque había perdido un año a causa del exilio que había sufrido con su padre al comenzar la dictadura de Ibáñez. Durante ese exilio en Lovaina, Bélgica, don Rafael Luis sufrió el fallecimiento de su amada esposa, quedando solo a cargo de sus hijos."

"Don Rafael Luis ejerció una gran influencia sobre muchos de nosotros, tal vez debido a la línea tan clara que tenía, de oposición al régimen de Ibáñez."

"Tenía un gran parecido con mi padre, incluso en muchos detalles pequeños, como el bigote que usaban o las tenidas con que andaban."

"Aceptó volver a Chile sobre la base de que se le respetara en sus ideas. A nosotros nos contó muchos antecedentes históricos del Partido Conservador. Cuando cayó la dictadura su nombramiento como presidente de dicha colectividad política se impuso en forma natural, sin disputa. No pudo ejercerlo por mucho tiempo, porque sus deberes familiares para con sus hijos se lo hacían impracticable."

"El día 26 de julio de 1931, fecha de la caída del régimen dictatorial, don Rafael Luis le envió, tal vez en la noche de ese día domingo, un recado personal a Ibáñez: si lo deseaba, podía llegar hasta su casa, desde donde él, personalmente, lo acompañaría en auto hasta donde fuese necesario. Fue un gesto muy impresionante, notable, que emocionó mucho a Ibáñez, motivando un comentario suyo indicativo de su estado de ánimo en un momento tan dramático para él: 'ojalá alguno de mis amigos tuviese una actitud como la de este adversario'. Era cierto. Don Rafael Luis había sufrido el exilio por oponerse a Ibáñez y ahora se ofrecía para protegerlo. Era un adversario, pero también era un cristiano ejemplar, capaz de perdonar, sin rencores, hidalgo, valiente. En suma, todo un hombre."

La persona de don Rafael Luis Gumucio aparece constantemente en las conversaciones con Leighton. Ella ocupa un lugar destacado en su vida política. Tratando de recordar hechos precisos que ponen de relieve esta influencia, Leighton nos muestra un recorte de diario que guarda desde su publicación. Nos señala que le causó un gran impacto y que lo ha tenido presente muchas veces en su vida. Se trata de un artículo de don Rafael Luis, publicado en "El Diario Ilustrado" el 4 de diciembre de 1932.

Bajo el título "Contesto a una majadería", su autor aclara su posición política frente al militarismo y las dictaduras. Una revista, dirigida por don Ismael Edwards Matte, le ha recordado un acto del pasado:

"Don Ismael Edwards, en su revista, me entrega a la vergüenza pública, reproduciendo tres párrafos de un desgraciado artículo que publiqué en "El Diario Ilustrado" el 12 de septiembre de 1924, en el cual celebré la revolución que derribó a don Arturo Alessandri."

He aquí los párrafos:

"El Ejército y la Marina han salvado a la República. Si los miembros de nuestras dos gloriosas instituciones armadas no hubieran intervenido con su acción, acometiendo la empresa regeneradora y restauradora, la nación se habría derrumbado en el abismo."

"Prolongándose un estado semejante habría recibido: primero, el azote de la ruina y, después, yendo de convulsión en convulsión, habría caído fatalmente en los horrores pavorosos de la revolución social."

"De todo eso han salvado a Chile los militares y los marinos."

Y prosigue don Rafael Luis:

"Hasta ahora había guardado silencio, a modo de expiación del error cometido por mí hace ocho años. Pero hoy quiero decir dos palabras de defensa porque alguna defensa atenuadora me cabe."

"Desgraciadamente, no soy infalible. He cometido muchos errores en mi vida y, con seguridad, cometeré muchos más."

"Entre todos, de ninguno me arrepiento más que del que cometí en septiembre de 1924."

"La revolución de entonces, que derribó al señor Alessandri, fue en realidad, al fin y al cabo, un golpe militar y yo incurrí en la enormidad de aplaudirla en más de un artículo."

"Como tengo amor propio, si pudiera destruir todas las colecciones del diario, lo haría para que nadie se impusiese del disparate que hice en 1924. Comprendo perfectamente que, con su reconocido mal carácter, don Ismael Edwards se proporcione el placer sádico de hacerme sufrir con el recuerdo de la actitud que, en compañía de él, entonces tuve."

"Reconozco mi imperdonable error. Pero, al celebrar el 5 de septiembre, ¿celebré el militarismo y las dictaduras?"

"No. mil veces no. Por lo contrario, honrada, aunque equivocadamente, creí que el movimiento de septiembre libraba al país de una dictadura e iba a restaurar el orden constitucional. En eso, precisamente, consistió mi error."

"Padecí la perturbación que produce la relatividad de las cosas. El señor Alessandri había hecho amenazas al Senado, había mandado un telegrama a Temuco en que pedía que se apedrease a don Ismael Edwards, se había negado a convocar a elecciones extraordinarias en Ñuble y había intervenido en las elecciones del 2 de marzo de tal suerte que, por acto de fuerza, llegaron al Congreso dos o tres senadores y diez o doce diputados espurios."

"Todo eso era grave y parecía de más inmensa gravedad porque hasta entonces nunca se había visto algo semejante y siempre se había respetado religiosamente la Constitución."

"Todavía no conocíamos lo que en realidad son las dictaduras y, por eso, nos parecían insoportables actos dictatoriales del señor Alessandri. No habían estado ni Ibáñez ni Dávila en la Moneda. No sabíamos de aprisionar ciudadanos, deportarlos, torturarlos y asesinarlos, y por eso nos parecía increíble que se quisiera apedrear al señor Edwards Matte. No sabíamos lo que era designar a los ciento treinta y dos diputados en las Termas de Chillán y, por eso, estimábamos una monstruosidad que llegaran diez espurios a la Cámara."

"Para juzgar mi artículo del 12 de septiembre de 1924, es preciso cerrar los ojos a lo que hemos visto en los últimos ocho años y trasladarnos a la situación de entonces. Ante el criterio que teníamos los chilenos en 1924, la actitud del señor Alessandri tenía el aspecto de una amenaza de dictadura. Creí que los militares con el movimiento de septiembre nos libraban de esa amenaza. Lo creí así honrada y sinceramente. Por eso, los aplaudí."

"Mi aplauso no fue, pues, a una dictadura sino a que se nos librara de una dictadura. ¡Caí en un error enorme, imperdonable y del cual me avergüenzo; pero no cometí el crimen de desear, aceptar y aplaudir tiranías!"
"Recuerdo que Jenaro Prieto, la noche en que salió de la Moneda el señor Alessandri, me dijo: Ud. está contento porque, como es cojo, no ha hecho el servicio y, por eso, no conoce a los militares. Yo he hecho el servicio y le aseguro que dentro de poco estaremos arrepentidos de lo que hoy celebramos."

"Los hombres de mi generación no habíamos conocido el militarismo, extirpado en Chile desde tiempos de Portales. No me dí cuenta de que era sencillamente el militarismo el que se nos venía encima con la revolución de septiembre."

"El artículo que me enrostra la revista del señor Edwards Matte es de fecha 12 de septiembre de 1924. Pues bien, el día anterior, los militares habían lanzado el famoso manifiesto del 11 de septiembre. En él, solemnemente le juraban al país que no asumían el poder para conservarlo, que no alzarían caudillos, que respetarían las libertades públicas y que se retirarían a sus cuarteles después de 'devolver a nuestra patria el libre juego de sus instituciones fundamentales, puras y honestas, como en las que cimentó su grandeza la República.' Creí en tales declaraciones."

"Reconozco que a mis años no tenía derecho para ser tan ingenuo; pero, la verdad es que creí. Los aplausos de mis artículos no fueron, pues, al militarismo y a las dictaduras, como pretende darlo a entender la revista solapada del señor Edwards Matte. Por lo contrario, fueron a los que prometían no adueñarse del poder, respetar las libertades públicas y restaurar el orden constitucional."

"Incurrir en un error es algo bien humano. No hay culpa, si lejos de persistir en el error, se abandona en cuanto es notado. Y tal abandono debe considerarse leal y sincero cuando se hace desinteresadamente. Puedo tener el orgullo de decir que así procedí respecto a mi error de septiembre de 1924: lo que me decidió a abandonar el error fue la arbitrariedad cometida contra un adversario político mio. La Junta de Gobierno hizo tomar preso al radical don Pedro León Ugalde, atropellando las libertades públicas y demostrando, con ello, que estábamos ante una dictadura. Arrostrando las iras de muchos amigos oportunistas, cumplí con mi deber de protestar públicamente y, desde ese día, quedé colocado contra esa y contra todas las dictaduras."

"Además, mi error está con creces redimido. Si en un platillo de la balanza quiere la revista dictatorial colocar mi artículo del 12 de septiembre de 1924, nadie me negará derecho para colocar en el otro platillo las persecusiones que he sufrido por oponerme a las dictaduras." (7)

Esta larga cita se justifica, porque aquí está trazado virtualmente el camino político de Bernardo Leighton. Como veremos en las páginas siguientes, aprendió la lección de no alentar ni aplaudir jamás la caída de gobiernos constitucionales, luchando en cambio, incansablemente, por defender la democracia chilena.

Don Rafael Luis Gumucio es, sin duda, el más importante gestor político del socialcristianismo en Chile. Con su conducta cristalina daba un testimonio indispensable para abrirle paso a una nueva actitud política en el país. Sus ideas le daban la base coherente en la cual podía fundarse una acción renovadora y progresista de los cristianos en la política. Por último, sus gestiones concretas para lograr la captación de jóvenes para el Partido Conservador ponían en marcha una dinámica de largo plazo, de efectos seguramente insospechados para su propio autor.

Bernardo Leighton es, en esta etapa, un discípulo directo de don Rafael Luis Gumucio. A su lado estará en numerosas ocasiones.

CAPITULO III

LUCHA POR LA DEMOCRACIA DESDE
LAS TRINCHERAS UNIVERSITARIAS

El período universitario es muy rico en acontecimientos para Bernardo Leighton. A la formación profesional proporcionada por la Escuela de Leyes de la Universidad Católica de Chile se unen otras actividades, así como hechos e influencias, que contribuyen a forjar su personalidad. La ANEC le entrega los instrumentos para afianzar una formación cristiana que ya traía desde el hogar. Su vocación política adquiere perfiles definitivos al finalizar 1930 y comenzar el dramático año siguiente.

Aunque el año 1931 iba a estar dominado en definitiva por la agonía y desplome de la dictadura, por las elecciones presidenciales que llevaron a don Juan Esteban Montero a la Presidencia de la República y por el motín de la Escuadra acaecido entre ambos hechos, Bernardo Leighton, que participará activamente en todos estos acontecimientos, recuerda dos hechos, vinculados a dos personajes, ocurridos en la Universidad ese mismo año. Los personajes son José María Cifuentes y Monseñor Carlos Casanueva. Los hechos los relata el mismo Leighton:

"Don José María Cifuentes era profesor de Hacienda Pública en el quinto año de Derecho y de Derecho Constitucional en el primer año. Era hijo de don Abdón Cifuentes, (importante figura de la educación chilena del siglo pasado). Este maestro era un hombre que estaba en la línea de que Chile volviera íntegramente a su régimen democrático. Con él ocurrió un hecho político importante dentro de la Universidad. En efecto, apenas iniciadas las actividades del Centro de Derecho, conducido por tres estudiantes del quinto año, entre los que me contaba, acordamos organizar una conferencia sobre Hacienda Pública del profesor Cifuentes. En esta materia él combatía al gobierno claramente. Pues bien, el Rector de la Universidad Católica, Monseñor Carlos Casanueva, prohibió el acto, porque se trataba de una actividad que no era aceptada por el régimen de Gobierno. Como respuesta a esta actitud el Centro de Derecho acordó suprimir totalmente sus actividades públicas y realizar en el futuro exclusivamente actividades en forma reservada para poder llevar adelante nuestra posición contra la dictadura de Ibáñez. Seria exagerado hablar de clandestinidad, porque el que quería informarse de lo que hacíamos podía hacerlo. Se trataba más bien de poner de relieve que un Centro de Derecho no podía someterse a limitaciones que le impedían hasta la organización de una conferencia dictada por un profesor de su propia Escuela y sobre un tema de su especialidad. Una norma tan arbitraria no le daba al Centro de Derecho la posibilidad de vivir públicamente. Todo esto acentuó nuestra conducta antidictatorial y nos llevó a aumentar nuestros contactos con alumnos de la Universidad de Chile, lo que tendría mucha importancia para lo que sucedió muy pocos meses después".

"Con don Carlos Casanueva tuve relaciones estrechas durante mi período de estudiante, pero ellas quedaron cortadas precisamente después del incidente en torno al profesor Cifuentes. Habíamos convivido muchas horas desde que, al ingresar a la Universidad, entrara yo a formar parte de una sociedad secreta católica llamada los "Caballeros de Colón". Mi diálogo con él fue sostenido y, aunque muchas veces discrepamos, mantuvimos la cordialidad y el respeto mutuo. Don Carlos no compartía, por ejemplo, mi entusiasmo por don Rafael Luis Gumucio y sus posiciones políticas. Después del conflicto antes relatado don Carlos Casanueva me atacó duramente en el seno de los "Caballeros de Colón", condenando con fuerte violencia verbal mi actuación política. Yo le contesté en términos comedidos, diciéndole que no acogería sus expresiones críticas a mi posición política personal y que me retiraría para siempre de la organización a la que había pertenecido por casi cinco años. Esta realizaba actividades de cooperación con los jóvenes que solían sufrir graves problemas, con espíritu eficaz y correcto. Fue así como suspendí mis viejas y óptimas relaciones con el rector, que criticaba toda mi concepción y mi actividad política.

Las dos circunstancias relatadas reflejan lo que se avecina. Se ha producido una paulatina y sostenida radicalización del ambiente político, con una cada vez más creciente oposición a la dictadura de Ibáñez. Se aproxima su fin inexorablemente.

Durante la segunda quincena de julio de 1931 la tensión llega al máximo. En un gesto destinado a sobrevivir en el mando, Ibáñez ha designado el 13 de julio Ministro del Interior a don Juan Esteban Montero, un político moderado, radical, de gran prestigio, que sólo acepta el cargo a fin de restablecer las libertades públicas hasta entonces conculcadas. Lo acompaña como Ministro de Hacienda don Pedro Blanquier. Mientras el primero cumple su palabra, produciéndose un ambiente de libertad que horas antes parecía olvidado si se juzgaba por las apariencias, el segundo da a conocer el 17 de julio el verdadero estado de la Hacienda Pública, que asemeja una bancarrota. Esta última noticia, mostrando la existencia en la Caja Fiscal de sólo 5 millones de pesos, mientras los compromisos exigibles ascienden a 90 millones de pesos, contribuye poderosamente a precipitar los acontecimientos. Comienzan las manifestaciones callejeras, los estudiantes se movilizan organizándose en muy pocos días y la policía empieza a ser desbordada en su capacidad de resguardar el orden público. Ibáñez retrocede el 21 de julio organizando un nuevo gabinete. Los manifestantes se acercan a las casas de los ministros que van a asumir pidiéndoles que no lo hagan y exigiendo el retorno de Montero. El 22 declaran la huelga indefinida los estudiantes de la Universidad de Chile, ocupan el edificio de la Casa Central situado en la Alameda Bernardo O'Higgins, a pocos metros de la Moneda, y designan una "Guardia Cívica" encargada de su custodia. Aqui interviene Bernardo Leighton, junto a otros estudiantes de la Universidad Católica, al acudir a la Universidad de Chile y permanecer en el local tomado hasta la salida de todos. Lo hacen desfilando por la Alameda. Son recibidos con alegría, que se transforma en entusiamo cuando comunican la decisión del estudiantado católico de plegarse a la huelga indefinida desde el día 23. Ese día Ibáñez vuelve a cambiar su gabinete, por declararse el anterior, que había durado en el cargo menos de 48 horas, imposibilitado de mantener el orden público. Asume como Ministro del Interior el Almirante Carlos Fröden, quien señala que mantendrá el orden público "integralmente y por sobre toda otra consideración". En realidad, ya es demasiado tarde para esos arrestos dictatoriales. El pueblo está imponiendo en las calles la democracia.

Bernardo Leighton hace recuerdos de la noche del 23 al 24 de julio, donde vivió horas muy dramáticas, pues en cualquier momento se esperaba lo peor, esto es, la intervención de la fuerza pública para desalojar el edificio de la Casa Central y someter a los rebeldes:

"Entre los que estaban esa noche, recuerdo a Manuel Francisco Sánchez, a Manuel Antonio Garretón y a Ignacio Palma. Fue una noche muy dura, en que perdí la voz a causa del frio, el hambre, el miedo y el sueño. Ahí nos enteramos de que el gobierno quería entrar con la policía, con un acto de fuerza que tenía que ser muy poderoso para derribar la enorme puerta antigua de la Universidad. Nosotros contestamos negativamente rechazando la posibilidad de entregar el local ocupado. Pedíamos el fin de la dictadura mediante la salida de Ibáñez y la restauración total de la democracia. Ante esto, se nos contestaba que no y se nos exigía abandonar la Casa Central. En definitiva, fue una intervención amistosa y privada de un médico radical, don Leonardo Guzmán, la que influyó sobre el ánimo de Ibáñez, disuadiéndolo de utilizar la fuerza pública para desalojar la universidad. De esas gestiones surgió la garantía de no detener ni tomar ninguna represalia si abandonábamos el local universitario. Las directivas estudiantiles de las dos universidades, a las que yo no pertenecía, nos consultaron a cada uno de los presentes respecto a esta nueva oferta transmitida por el doctor Guzmán. Después de intercambiar ideas, se tomó la decisión de abandonar la Casa Central. Todos nos dábamos cuenta de que a la dictadura le quedaban pocas horas de vida. Salimos el viernes 24 en la tarde. No nos pasó nada. Ibáñez cumplía su palabra en un gesto humano y respetable."

Los estudiantes tenían razón al pensar que la suerte de la dictadura ya estaba sellada. La hoguera estaba encendida y la muerte de un estudiante de medicina y de un profesor universitario sólo contribuyó a precipitar la culminación de la caída del gobierno.

El dia 24 en la mañana muere, herido a bala, Jaime Pinto Riesco, estudiante de medicina y, a la vez, profesor y ayudante en la Escuela de Medicina de la Universidad Católica. A las 10 de la mañana del sabado 25, Monseñor Carlos Casanueva oficia una misa por el descanso del alma de Pinto Riesco en la capilla del Hospital San Vicente de Paul. Una multitud calculada en 20.000 personas concurre a los funerales. Al finalizar éstos, se dispersa y algunos grupos se dirigen al centro de la ciudad. La información de prensa añade lo que forma parte de la etapa final del drama:

"Cuando un grupo numeroso llegaba frente al Pensionado de San Vicente, los carabineros cargaron con el objeto de dispersarlo. Durante este incidente algunos hombres de tropa hicieron fuego para amedrentar a los civiles. Una bala alcanzó al Sr. Alberto Zañartu Campino, quien en esos momentos llegaba al Pensionado a visitar a un enfermo de su familia. El proyectil hirió mortalmente al Sr. Zañartu, que dejaba de existir instantes después del hecho". (El Mercurio, 26 de julio de 1931, pag. 14).

Los funerales de esta nueva víctima se llevaron a cabo el día domingo 26 de julio. Esta vez la prensa calculó la asistencia de público en "más de 100.000". El pueblo había perdido, por fin, el miedo.

Bernardo Leighton asistió a estos funerales:

"El cortejo pasó por la Alameda, frente a la Moneda. Muy cerca mío se empezó a gritar contra Ibáñez, pidiéndose 'la cabeza del ladrón'. Yo reaccioné contra esto y empecé a manifestar, tratando de que todos me oyeran bien, que ese grito no se podía mantener. 'Aquí lo único que cabe gritar es LIBERTAD Y DEMOCRACIA PARA CHILE, pero nada de estas expresiones'. Me hicieron caso y se cambió el grito. Me interesa recordar este hecho, porque refleja bastante bien un estado de ánimo y un estilo que muchos ya teníamos en esa época, en el sentido de luchar por los valores positivos, expresándolos también positivamente, de modo de irradiar en la mejor forma posible un espíritu de superación de males en el país, no enredado en pequeñas y torpes acusaciones personales o en formulaciones negativas que normalmente dicen muy poco."

Ibáñez renuncia en la tarde de ese día domingo 26 de julio de 1931, entregándole el cargo al Presidente del Senado, don Pedro Opazo Letelier, de acuerdo a lo establecido en la Constitución. Termina así, la que a la postre sería sólo la primera etapa en la lucha de los civiles por imponer la democracia. En ese instante, las cosas no se ven de esa manera. La euforia generalizada en el país hace pensar en un triunfo definitivo, en la conquista de una libertad que no se volverá a perder. Bernardo Leighton, próximo a cumplir 22 años, con una vocación política ya definida y habiendo participado plenamente en las jornadas estudiantiles cuya contribución fue decisiva en la caída de Ibáñez, comparte de corazón esa esperanza. Muy pronto, sin embargo, deberá volver a luchar para que esa esperanza no muera, para que se consolide y se haga carne en la conciencia de todos los chilenos, sean civiles o militares.

Los hechos políticos posteriores, hasta desembocar en la elección de Arturo Alessandri Palma como Presidente de la República el 30 de octubre de 1932, son de una intensidad agobiante. Su mero enunciado lo demuestra:

- Don Pedro Opazo Letelier designa Ministro del Interior a Juan Esteban Montero y delega en él el Mando Supremo en calidad de VicePresidente de la República, el dia 27 de julio de 1931. Montero convoca a elecciones presidenciales para el día 4 de octubre del mismo año.

- El 19 de agosto de 1931 renuncia Montero para postular como candidato en las elecciones. Asume la Vice-Presidencia don Manuel Trucco.

- El 1º de septiembre se amotina la escuadra. Recién el 7 de ese mismo mes puede considerarse completamente sofocada la sublevación.

- El 4 de octubre de 1931 vence Juan Esteban Montero en las elecciones presidenciales a Arturo Alessandri Palma en forma categórica (187.000 contra 101.000 votos).

- El 4 de junio de 1932 es derrocado el Presidente Montero por un golpe militar que encabeza el Coronel Marmaduke Grove. Nace la llamada "República Socialista".

- Desde el 4 de junio hasta el 13 de septiembre de 1932, o sea, en 101 días, pasan seis gobiernos por la Moneda: 1) Junta de Puga, Dávila y Matte; 2) Junta de Puga, Matte y Merino; 3) Junta de Cárdenas, Dávila y Cabero; 4) Junta de Dávila, Cárdenas y Peña Villalón; 5) Presidencia Provisoria de Dávila; y 6) Presidencia Provisoria de Blanche.

- El 14 de septiembre se rebela la Fuerza Aérea contra Blanche, pero, después de algunas horas, es sometida.

- De nuevo hay movimientos político-militares los días 27 y 28 de septiembre.

- El 1º de octubre de 1932 renuncia Blanche y asume el 2 de octubre, como Vice-Presidente de Chile, el Presidente de la Corte Suprema, Abraham Oyanedel.

- El 30 de octubre triunfa en las elecciones presidenciales Arturo Alessandri Palma, abriendo, a partir de entonces, un periodo democrático de más de 40 años.

Dentro de este conjunto de hechos, llenos de complejidades y de causas profundas que no se pueden explicar aquí, Bernardo Leighton participa activa y públicamente en los siguientes momentos: en el Motín de la escuadra, apoyando al Vice-Presidente Trucco; en las elecciones presidenciales de 1931, trabajando por Montero; y, en la caída del mismo, acompañándolo y defendiéndolo como Presidente Constitucional cuando es derrocado y durante los 101 días siguientes que culminan con la caída de Dávila.

Son las últimas batallas que dará por la democracia como universitario y sin pertenecer todavía a un partido político. Por su importancia, las veremos en capítulo separado.

CAPITULO IV

UNA DIFICIL TRANSICION A LA DEMOCRACIA

La vuelta a la democracia está llena de escollos. Aunque el entusiasmo es grande por el fin de la dictadura de Ibáñez, los partidos evidencian la inseguridad de fuerzas que se han visto privadas durante años de hacer su vida normal. Además muchos de los problemas sociales y económicos cuya acumulación y falta de solución contribuyen a su caída presionarán implacablemente sobre quienes asumieron la tarea de conducir el país en esos momentos.

Entretanto, Leighton se reintegra a la vida universitaria a terminar su quinto año de leyes. No obstante, por la decisión ya tomada de consagrarse a la política y por haber participado activamente en las etapas finales del régimen recién derrocado, se mantiene alerta e interesado en los sucesos posteriores.

Sobreviene así el episodio conocido como el motín de la Escuadra y su participación en él. Su relato pormenorizado ahorra todo comentario previo:

"La revolución de la marina se produjo a comienzos de septiembre de 1931 y fue un hecho importante de la historia de Chile. Sus dirigentes eran básicamente sub-oficiales y algunos civiles que trabajaban para la marina. La revolución tuvo dimensiones bastante grandes, pues se produjo en todos los buques de la escuadra. Gobernaba el país don Manuel Trucco, en calidad de Vice-Presidente. Don Juan Esteban Montero desarrollaba en ese momento su campaña electoral que iba a culminar en octubre. A don Marcial Mora, el ministro del interior, se le ocurrió la idea de enviar a Coquimbo a cuatro estudiantes que habían adquirido prestigio durante los acontecimientos que culminaron con la caída de Ibáñez y entre ellos me escogió a mí. Su idea era que nosotros colaboráramos a que el pueblo de Coquimbo no se pusiese al lado de la revuelta. Aceptamos y fuimos. Comprobamos allá que los habitantes de esa ciudad simpatizaban con el motín, mientras los vecinos de La Serena no mostraban la misma actitud. Yo me quedé en un hotel de Coquimbo, donde la situación era muy difícil para el gobierno, porque la ciudad estaba dirigida virtualmente por los sub-oficiales rebeldes, que bajaban de los buques y ejercían su influencia en la población. ¿Qué pedían los amotinados?"

"Lo central era una protesta por rebajas en los sueldos determinadas por el gobierno. Ellos pedían la derogación de esta medida y esto era lo fundamental. Sin embargo, en la presentación que ellos hicieron llegar a la autoridad había una serie de críticas a la vida social entera del país y se exponía la situación de todos los trabajadores, planteándose la necesidad de llevar a cabo algunas reformas sociales. Yo apoyé algunos de estos puntos francamente, pero rechacé el método para imponerlos. Defendía entonces el proceso de vuelta a la democracia que estaba en plena marcha y la acción de los rebeldes se me aparecía como contraria a dicho proceso, al reeditar los métodos violentes que estábamos tratando de erradicar de la vida chena. Me tocó presenciar personalmente el fracaso del Almirante von Schroeders, enviado por el gobierno como su delegado a Coquimbo para negociar con los rebeldes. Fue una situación muy triste para él. Regresó a Santiago a la medianoche y quedamos a la espera de nuevos acontecimientos".

"En la mañana siguiente tomé una decisión personal: redacté una nota dirigida a los amotinados y la hice enviar con los marinos que iban y venían desde los buques. En ella pedía que me dejaran hablar con los rebeldes y que me recibieran a bordo del acorazado "Almirante Latorre", desde el cual se dirigía toda la revuelta. Aceptaron y me enviaron una lancha. Me acompañó otro estudiante, que convino conmigo no intervenir, a fin de no mostrarnos divididos en algunos puntos de vista, como era el caso. Fui escuchado sin ninguna hostilidad y con respeto, a pesar de que fui franco para expresar que no consideraba adecuado el procedimiento de violencia que estaban empleando. También les expresé mi simpatía por muchos de los puntos que ellos sostenían en su presentación pública, particularmente en aquel que perseguía recuperar el nivel de sueldos que percibían. El diálogo fue largo. Pasado el mediodía regresé a Coquimbo y comuniqué todo a Santiago. Por desgracia el gobierno ya había decidido bombardear la escuadra, cosa que hizo algunas horas después. Fue algo muy impresionante para mí, pues hasta ese momento jamás me había encontrado en una situación semejante. No hubo daños, por fortuna, ya que los aviones lanzaban las bombas al lado de los barcos, que se movían bastante al estallar éstas. Aunque desde éstos se respondía el fuego, tampoco fue destruido ningún avión."

"Pero el hecho produjo mucho pánico en la población y, sobretodo, entre los parientes y familiares de los amotinados".

"En la noche consideré oportuno trasladarme a La Serena, cosa que hice en un tren especial. Me fui en la máquina, al lado del maquinista. La Serena estaba vacía, porque la gente la había abandonado en todos los medios de locomoción posibles. Salían como podían de la ciudad. Yo me quedé en un hotel y al día siguiente me levanté muy temprano. Al preguntarle al portero qué otras personas había allí me contestó: 'Mire, si en el hotel hay sólo dos personas, Ud. y yo, nadie más. Todos los demás lo abandonaron'. Esa mañana fui a misa y se me ocurrió subir a la torre de la iglesia de San Francisco. El día estaba clarísimo y se veía Coquimbo. Me sorprendí al ver que la escuadra ya no estaba. Pensé de inmediato que todo había terminado. A Dios gracias, había sido así. Los amotinados habían resuelto entregar los buques y someterse. Hubo procesos en contra de ellos y fuertes condenas, incluso de muerte para los jefes principales; sin embargo, posteriormente bajo gobiernos sucesivos, fueron rebajadas las penas, hasta obtenerse la libertad de todos ellos. Muchos han tenido después una conducta claramente democrática".

En ese incidente aparece con nitidez el rechazo de Leighton a la violencia como método para alcanzar cualquier tipo de objetivos. Su confianza en el diálogo y en la posibilidad de solucionar todos los problemas discutiéndolos frente a frente, con buen espíritu, está presente aquí, cuando apenas tiene 22 años y cumple ya una misión relativamente delicada. Aunque su participación se reduce a lo dicho por él, su gesto tiene el valor de poner de relieve estas cualidades que con el tiempo se desarrollarán y acentuarán y que llegarán a constituir algo característico de su personalidad.

Pocos días después de estos hechos, se traslada a Antofagasta para trabajar por la candidatura de Juan Esteban Montero. Lo hace en avión, pasando a ser el primero de esta generación de jóvenes políticos en usar este medio de transporte.

"Trabajé en el norte por esta candidatura, a sugerencia de don Rafael Luis Gumucio, a cuyas órdenes personales me puse, movido por la admiración que le profesaba y no por una militancia política todavía inexistente. En Antofagasta conocí, en esta ocasión, a Radomiro Tomic, que cursaba el sexto año de humanidades".

Durante estas elecciones tiene Leighton un pequeño incidente epistolar con un redactor de un diario antofagastino (Serrat), donde quedan estampados algunos aspectos de su conducta política. La acusación que se le hace es la de "denigrar, detractar, al hombre que fue el Primer Magistrado de la Nación" (se refiere a Arturo Alessandri). Leighton replica el 8 de octubre de 1931, siendo presentado por el diario "El Sol" de Antofagasta como "un estudiante, propagandista de la candidatura de Montero". Dice en la parte respectiva:

"Pude, en un momento de entusiasmo, extremar mi crítica al señor Alessandri; pero, si llegara a convencerme de haber afirmado alguna falsedad, no vacilaría en rectificarme, porque es indigno usar, en provecho propio, el arma que se prohibe al adversario. No denigré jamás a la persona del señor Alessandri; al contrario, en repetidas oportunidades, me referí elogiosamente a su vida privada y profesional. Por consiguiente, no acepto que se me pretenda pintar como un propagandista de mala ley, que injuria con bajeza. Tengo la íntima satisfacción de haber venido a cumplir un deber idealista y pesado; de manera que no me importan las dudas despertadas en quienes no me conocen; me basta la conformidad de mi conciencia que, para mí, es reflejo de la conformidad con Dios. Fui a la pampa deseoso de penetrar su ambiente material e ideológico: por eso busqué un momento de intensa actividad espiritual para visitarla. Durante la gira aprendí lecciones provechosas, conversé con los obreros y con los jefes y si encontre incomprensiones momentáneas, puedo asegurarle al señor Serrat que la mayoría no se burló de mí como lo hace él".

Terminada la campaña, Leighton, feliz con el triunfo de su candidato, retorna a Santiago a terminar sus estudios. Esto lo mantendrá alejado de la política, por corto tiempo. Se le ve reaparecer justo el día en que es derrocado Montero por un cuartelazo militar. Ese día Leighton concurre a la Moneda a estar junto al Presidente Constitucional. Incluso, hace uso de la palabra desde uno de sus balcones. Cuando triunfa la rebelión y regresa a su casa, confiesa que lo hace desconsolado, y que en la intimidad de su cuarto, llora amargamente. Su dolor se basa en tanto sacrificio y esfuerzo hecho por retornar al sistema democrático, para verlo algunos meses después nuevamente destruido.

Pero este sufrimiento no lo aplasta. Vuelve a luchar. Pocos días después, con varios de sus compañeros de la universidad, redacta una declaración donde fijan su pensamiento frente a lo sucedido. Bajo el título "Digamos la verdad", expresan entre otras cosas:

"La mascarada socialista del 4 de junio, más condenable por lo de mascarada que por lo de socialista, equivale a una injuria monstruosa, de las mayores que hemos visto últimamente, contra la ideología social católica. Los que están en la Moneda no representan la autoridad legítima, por lo ya expuesto y porque no ha sido ratificada por la voluntad espontánea de todo el pueblo, la toma violenta del poder público".

"De acuerdo con las consideraciones anteriores declaramos: a) Que la autoridad ejecutiva legítima de Chile es el Exmo. Sr. Don Juan Esteban Montero; b) Que reconocerlo es nuestro más evidente y próximo deber social; c) Que el bienestar económico de las clases sociales está vinculado, en primer término, al restablecimiento constitucional".

La declaración está firmada por: Manuel Arellano Marín, Víctor Delpiano, Sergio Fernández Larraín, Sergio Fernández Walker, Moisés Figueroa, Osvaldo González Foster, Manuel Antonio Garretón Walker, Alfredo Lea-Plaza Sáenz, Bernardo Leighton Guzmán, Lorenzo de la Maza Rivadeneira, Héctor Mansilla, Roberto O'Ryan, Clemente Pérez Zañartu, Raúl Rodríguez González, Rafael Richard Barnard, Raúl Rodríguez Lazo, Manuel Francisco Sánchez Ugarte, Alejandro Silva Bascuñán, Jorge Rogers Sotomayor y Pedro Canessa Ibarra, fechada el 10 de junio de 1932. Hay un agregado, del 17 de junio, en que se reafirma lo dicho y se agrega esta reflexión final:

"Insistimos que dentro del amplio margen de la constitucionalidad caben las más avanzadas reformas sociales, siempre que se basen realmente en la justicia. Algún día renacerá el honrado patriotismo de los verdaderos chilenos, para arrollar con la fuerza del derecho el pseudoderecho de la fuerza!!!"

Leighton no abandona esta posición en ningún instante. El 15 de septiembre de 1932, cuando a la dictadura de Dávila le quedan sólo días de vida, escribe en el diario "La Tarde" de los Angeles:

"Desde el 4 de junio hemos vuelto a vivir una etapa de franco retroceso hacia períodos bárbaros en que manda el cacique más fuerte, hacia todo lo que no es derecho, dignidad ni justicia, hacia todo lo que, en una palabra, no es civilización. Reaccionemos. Tributemos adhesión a la autoridad legítima que está desterrada por la desorientación incapaz de los chilenos e inclinémonos, solamente, ante la libre voluntad del pueblo. Contribuyamos, dentro del derecho y la libertad, sin engaños ni utopías, al resurgimiento económico de los que sufren hambre y frío en nuestra tierra. En medio del materialismo egoísta que nos invade, levantemos nosotros una bandera espiritual de justicia, de confraternidad y de sacrificio. Cumplimos con el deber de dirigirnos a la juventud a la cual pertenecemos, para decirle: ¡seamos jóvenes! Todavía es tiempo de serlo."

El 23 de septiembre de 1932 vuelve a la carga, esta vez polemizando con el director del diario "Las Noticias" de Los Angeles. Su juicio sobre la crisis nacional es del mayor interés, porque entronca con la forma de pensar que más tarde desarrollará amplia y detalladamente:

"Hablamos de principios. Hemos tenido, desde hace mucho tiempo, la convicción profunda referente a que la crisis múltiple actual tiene su origen en esto: falta de principios, falta de honestidad, falta de fe. Todos los desaciertos económicos de la dictadura ibañista no se habrían producido jamás si el año 27, cuando Ibáñez pisoteaba la Constitución, el grueso de los políticos hubiera imitado la actitud honesta y valiente de Gumucio, los Alessandri, Labarca, Rivas Vicuña, León Ugalde y algunos otros. Análogamente, si el 4 de junio no hubiera acudido un sólo chileno civil ni militar, al llamado engañador de los conspiradores triunfantes, nos habríamos evitado errores mayores y vergüenzas. Es preciso proclamarlo con decisión: al comienzo de todo período de ruinas materiales hay siempre una claudicación espiritual."

Y más adelante agrega:

"Ya afirmamos que todo lo que no sea preferir siempre la sujeción completa a los principios legales equivale a una claudicación ciudadana. Ahora queremos agregar que, a pesar de existir apariencias en contrario, tal sujeción envuelve una conveniencia totalmente segura. Basta para probar esta aseveración el recuerdo de la dictadura ibañista y el más reciente de la mascarada socializante. En ambas se proscribió a la Constitución y a las leyes en nombre de la salvación nacional. Resultado: 150 mil cesantes, postración salitrera, agrícola e industrial, desprestigio de las instituciones armadas, hambre, miseria y lo que es peor: pérdida de la fe en el triunfo alterior de las ideas y creencia demencial en la eficacia de la fuerza."

La incertidumbre política está próxima a terminar. El gobierno de Dávila se derrumba al ser abandonado por los militares, que, desprestigiados y repudiados por la opinion pública, vuelven a sus cuarteles y sólo salen de ellos vestidos de civil. A fines de ese año -diciembre de 1932- asume constitucionalmente don Arturo Alessandri Palma después de triunfar en elecciones libres e inaugura un período de gobiernos constitucionales que sólo será interrumpido el 11 de septiembre de 1973.

Bernardo Leighton, que ya ha egresado de la Universidad, concentrará sus esfuerzos en terminar la carrera de abogado, cosa que logrará con éxito a mediados de 1933. Hasta ese instante, se mantendrá alejado de la actividad política.

CAPITULO V

INGRESO AL PARTIDO CONSERVADOR

Casi paralelamente a los acontecimientos relatados, sobre todo a partir del momento en que se define la vocación personal de Bernardo Leighton por la política, hay en marcha un proceso importante al interior de muchos jóvenes universitarios católicos. Crece en ellos el deseo de ingresar a la vida política para tratar de realizar allí sus ideas cristianas. La encíclica de Pío XI "Quadragessimo Anno", publicada el 15 de mayo de 1931 para conmemorar los cuarenta años de la primera gran encíclica social "Rerum Novarum" de León XIII, da un impulso decisivo a esta voluntad en ciernes. Encuentra allí ideas centrales que los interpretan plenamente, avaladas por la altísima autoridad del Sumo Pontífice.

Se plantea entonces la duda respecto al partido político al cual ingresar. Para la mayoría, el Partido Conservador está a la mano y hasta por parentesco muchos tienen relaciones directas con él. Pero tienen objeciones para dar un paso semejante.

En efecto, grupos importantes de conservadores, y oficialmente como partido, han mostrado más bien simpatía por la dictadura de Ibáñez. El hecho de que ella hubiera perseguido a varios de sus hombres, Gumucio entre ellos, no les ha parecido argumento suficiente para quitarle su apoyo. Sólo muy al final y cuando ya el edificio del régimen se precipita inexorablemente a tierra, empieza a cambiar esta actitud.

Los jóvenes católicos discrepan de esta conducta. Tampoco comparten una cierta interpretación del cristianismo demasiado tradicional y políticamente obsecuente con el sistema global capitalista que organiza a la sociedad. Héctor Rodríguez de la Sotta, al exponer su pensamiento en la Convención del Partido Conservador de septiembre de 1932 sin apartarse de su posición democrática y antidictatorial, explicita casi con brutalidad esta forma de ver las cosas:

"Que haya pocos ricos y muchos pobres", -dice- "es un hecho natural inevitable, que existirá mientras el mundo sea mundo. Esta dentro del plan providencial que así sea, y todos nuestros esfuerzos por evitarlos resultarán infructuosos. Y si esos esfuerzos llegaran a fructificar, alteraríamos de tal forma el orden natural, que la humanidad quedaría condenada a desaparecer".

Su fórmula consiste en "mantener nuestro actual régimen económico-social, llamado capitalista, corrigiendo sus defectos mediante una intervención moderada y sumamente prudente del estado y estimulando dentro de él la cooperación, que tan espléndidos resultados ha dado en todas partes". (8)

Bernardo Leighton recuerda las reservas que les producía el Partido Conservador:

"Nuestras relaciones con él no fueron espontáneas ni nacieron desde el comienzo de nuestra actividad política. Su actitud colaboradora con el gobierno de Ibáñez lo había desprestigiado ante nosotros, cosa que también le sucedió a otros partidos a los que tampoco les fue muy bien dentro de la juventud de esa época. Personalmente, cuando trabajé en el norte por don Juan Esteban Montero en la campaña electoral de 1931, tuve el primer contacto más concreto con el Partido Conservador, pero, como ya lo he expresado, bajo las órdenes personales de don Rafael Luis Gumucio y no por un deber de militancia política."

"Fue precisamente él quien logró terminar con nuestra duda respecto al partido al cual ingresar."

En efecto, a comienzos de 1933 Leighton hace efectiva su decisión tomada poco antes y se inscribe en los registros del Partido Conservador junto con Manuel Antonio Garretón y algunos otros. Titulado de abogado el 8 de junio de 1933 se consagra plenamente, a partir de entonces, a la actividad política partidista.

"Personalmente me puse a trabajar en la secretaría provincial de Santiago del Partido Conservador, que presidía don Diego Silva Henríquez. Mantuve a la vez contacto con el Centro de Estudiantes del Partido Conservador y con la gente que seguía en la ANEC. Durante el año 1934 se fue creando la idea de organizar la juventud conservadora a lo largo de todo el país, dándole una estructura orgánica dentro del partido. Me pidieron a mí que presidiera una Comisión destinada a darle forma a esta gran empresa, que debía culminar en una concentración nacional de las juventudes conservadoras de Chile. Fijamos como fecha de realización de la misma los días 11, 12 y 13 de octubre de 1935. El trabajo central que nos propusimos fue el de llevar a cabo todo un plan de giras por el país. Entre los que tomamos parte en esta tarea recuerdo muy bien, entre otros, a Radomiro Tomic, Miguel José Irarrázabal y Ricardo Boizard. Pasamos por muchas partes y nos fuimos reuniendo en todas ellas con dirigentes jóvenes del Partido Conservador que ya militaban en él, pero que no formaban una organización especial en su seno. Conocimos a mucha gente durante esa época. Así fuimos creando en todas partes pequeños núcleos representativos de la comisión organizadora, para que fueran formando las bases de provincias. Hecho esto, seguimos manteniendo la comunicación por escrito. La fecha de la gran concentración fue escogida con clara intención americanista. Ya desde ese instante nos pareció necesario mostrar la vinculación de América Latina con el pensamiento cristiano. Por eso efectuamos su inauguración el día 12 de octubre".

"El 22 de julio de 1934 apareció el primer número de un periódico semanal que tuvo mucha importancia para nosotros, pues nos sirvió de canal de expresión durante 6 años. En él se encuentran nuestros primeros desarrollos del pensamiento social-cristiano. Me refiero a "Lircay". Su primer director fue Radomiro Tomic. En su primera etapa hasta el 12 de octubre de 1935, fue el órgano oficial del Centro de Estudiantes del Partido Conservador".

El 24 de abril de 1935 se lee en "Lircay" el siguiente aviso convocando a la decisiva reunión de Octubre:

"Gran Concentración Nacional de Juventudes del Partido Conservador. En octubre próximo, Santiago será sede de una gran concentración nacional de juventudes del Partido Conservador. Expondremos ante la faz del país la integridad de nuestros ideales, la vitalidad de nuestra causa, la capacidad y el entusiasmo de nuestras juventudes. !Un espíritu joven en un viejo partido!"

Leighton es invitado a presidir la inauguración de este evento, que se lleva a cabo en la fecha anunciada, esto es, el 11 de octubre de 1935. Pronuncia entonces un discurso escrito, cosa rara en él a lo largo de su vida. Algunos párrafos marcados son los siguientes:

- "Estoy cierto de traducir el pensamiento vuestro invocando, al inaugurar esta concentración, tres grandes nombres: el nombre del Creador Supremo, hacia quien convergen todas las aspiraciones centrales del católico; el nombre de la Patria, cuyo pasado nos inspira, cuyo presente nos preocupa y cuyo porvenir nos invita a luchar hasta vencer, y el nombre del Partido Conservador, dentro del cual queremos realizar nosotros la interpretación chilena del ciudadano cristiano".

- A los que vienen de provincia les dice: "Hablad, en nuestras asambleas y al pie de los monumentos históricos, fuerte y claro, de manera que os oiga el país entero y entienda, de una vez para siempre , que la República no es Santiago y que vosotros estáis resueltos a defender el prestigio de la Patria cada vez que en la capital no sepamos defenderlo bien".

- "Debemos, a un mismo tiempo, precisar una idea, precisar una organización disciplinada y estable de la Juventud Conservadora y precisar también un programa de acción y de trabajo".

- "Tenemos la obligación de sembrar principios de verdad en las inteligencias, imperativos de bien en las voluntades y arrebatos de generosidad en los corazones".

- "Indudablemente, que nada nuevo sustancial podremos decir, pues nos enorgullece la obediencia a una doctrina milenaria gracias a la cual el hombre es hermano del hombre; el gobernante no es superior al súbdito como persona, sino como mandatario de una autoridad más alta; los padres pueden defender la vida y el alma de sus hijos; las mujeres: el honor de sus conciencias, y tienen los pobres el privilegio inusitado, considerando las costumbres de la antigüedad gentilicia, de reclamar para ellos, a título de pobreza, la atención preferente de las autoridades públicas. Sin embargo, así como el tiempo envejece al error, a la verdad la rejuvenece misteriosamente y podemos oponer nosotros, en respuesta a los errores liberales y socialistas, ya demasiado viejos, la eterna novedad del Cristianismo. Por una paradoja, a que conducen siempre las debilidades humanas, el orden de la justicia y de las misericordias, añoso en la apariencia es, en pleno siglo XX, soberbio y temeroso de si mismo, la síntesis definitiva de un orden nuevo. A ese orden nuevo deben aspirar, con todo el frenesí de su vehemencia a objeto de realizarlo en Chile, las falanges juveniles del Partido Conservador".

- "Seríamos traidores a la integridad de nuestra doctrina cívica si frente a la miseria, que aún la vemos morar en nuestras calles, propiciáramos como único remedio la ayuda al capital o el alza de los salarios, si en presencia de injusticias, cometidas por el ciudadano contra el Estado o por el Estado contra el ciudadano, nos limitáramos ingenuamente a propiciar el fortalecimiento inorgánico del poder o la ruptura total de la disciplina política, y seríamos, por último, mil veces traidores, si los arrestos guerreros de otros pueblos nos indujeran a despertar pasiones agresivas en el nuestro, en lugar de advertirnos, recordándonos las lecciones de nuestra propia historia, que las nacionalidades se prestigian, se engrandecen y se defienden mucho más por la paz que por la guerra, mucho más por el derecho que por la fuerza, infinitamente más por el trabajo ordenado de sus hijos que por la sangre y las lágrimas de los extranjeros".

- "Es de justicia que suban los salarios del obrero, hasta que alcancen para el alimento, el techo, el vestido y la educación de su familia; pero que también suba simultáneamente, en la preocupación de los poderes públicos, la conciencia de que los trabajadores no son únicamente cuerpos que se nutren y que mueren, sino almas llamadas a vivir eternamente y que, por lo tanto, es necesario proporcionarles, junto con los medios materiales requeridos por la existencia terrenal, los medios espirituales indispensables para asegurarles, con certeza, un descanso feliz mas allá de este mundo".

- "Sí, que se ayude a la riqueza acumulada y destinada a facilitar la mayor producción de bienes económicos, es decir, al capital, siempre que esa ayuda no vaya en injusto menoscabo del salario, no favorezca el desequilibrio de la economía nacional en provecho de particulares ramas de la producción y, sobre todo, siempre que no conduzca ella, directa o indirectamente, a la prepotencia de imperialismos, que no debemos aceptar jamás por la dignidad de Chile".

- "Y el Estado que no absorba al ciudadano privándole de su libertad, porque el ciudadano, esencialmente, ha sido hecho para Dios y no para el Estado. Pero tampoco, que se independice el ciudadano del Estado, privándole a éste de su autoridad legítima, porque el Estado, representante supremo de la sociedad civil, es también una creación divina y tiene por objeto, en conformidad a la contextura moral de las personas y física de las cosas, coordinar los esfuerzos individuales que son por naturaleza insuficientes, a fin de procurar el bien de la comunidad, atendiendo, en primer término, a los débiles, a los desamparados y a los humildes. El bien de la comunidad exige, asimismo, que se restablezcan, entre el soberano y el súbdito, aquellos organismos intermediarios, 'connaturales', según el Pontífice reinante, bajo cuya techumbre honesta los hombres de trabajo encontrarán de nuevo segura y protectora acogida".

- "No obstante, la organización corporativa de la sociedad no podemos aceptarla nosotros en desmedro de los derechos esenciales de la persona humana; derechos que no fueron reivindicados, con sangre de europeos por la revolución francesa, ni es dable que conquiste ahora, con sangre de africanos, la revolución fascista, puesto que constituyen ellos el patrimonio exclusivo de la Cristiandad, al precio de una sangre derramada por el Mesías mismo".

- "¡Juventud del Partido Conservador, escucha un solo momento! Dos concepciones universales informan la síntesis de nuestro credo político: la primera se refiere a Dios, la segunda se refiere a Chile. Aquella nos habla de actuaciones cívicas, respetuosas de la dignidad del hombre y que tienen por finalidad última cooperar a la obra redentora de la Iglesia, mediante la organización de un régimen civil, dentro del cual, el mayor número de personas posea el mayor número de posibilidades, morales y económicas, que le facilite el conocimiento de la verdad y la práctica de la virtud. La otra nos habla de este régimen civil y tiende a darnos un concepto católico del patriotismo, el que si bien nos señala un puesto en las filas del Partido Conservador, nos sitúa, sin embargo, por encima de los partidos políticos, de la misma manera que la vida y el programa de nuestra colectividad la han colocado siempre en una posición histórica y doctrinariamente nacional. No estamos, pues, jóvenes conservadores de Chile, al servicio de un ideal limitado, cuyo triunfo debiéramos pedir a la imposición violenta o a la macuquería y al personalismo: estamos al servicio de la unidad chilena, que, confiadamente, esperamos realizar por el empuje de nuestras convicciones, por el esfuerzo de nuestras actividades, por el optimismo de nuestros espíritus y por la intercesión de nuestras plegarias. Que lo sepa el país, primero para que nos comprenda y nos respete y, en seguida, para que emprendamos todos los chilenos la caravana triunfal del porvenir en una gran república de hombres libres, dignamente convertidos en hombres cristianos".

En este importante discurso, Leighton ha plasmado muchos de sus planteamientos de esa época. Todo su texto esta impregnado de fe religiosa, hecho que marca la acción de los jóvenes conservadores en esta etapa. Más adelante separarán este aspecto de los planteamientos políticos. Hay también en él un contagioso optimismo en la fuerza misma de las ideas que profesan y en la capacidad de transmitirlas y hacerlas aceptar por otros. Es un lenguaje algo triunfalista, influido todavía por el tono con que la Iglesia llevaba a cabo su acción en aquel tiempo. Esto se modificaría en el futuro, tanto en los jóvenes de ese entonces, como en la Iglesia.

Este no fue el único discurso. Leighton recuerda el de Tomic, que termina con estas frases encendidas de entusiasmo: "Patria nuestra, patria nuestra, con tu nombre en el pecho se ha puesto de pie una juventud". "La ovación que recibió fue impresionante", acota Leighton. Otro momento emocionante "quedó para siempre grabado en nosotros. Hablaba don Rafael Luis Gumucio y tuvo un instante de vacilación, producto de una pequeña molestia cardíaca. Debió paralizar la lectura de su discurso durante cortos segundos, que todos percibimos con ansiedad. Al recuperarse, dijo con voz fuerte y profunda: 'No importa que este corazón ya viejo no pueda más latir si hay miles de corazones jóvenes que seguirán latiendo'. Sus palabras nos hicieron llorar a todos. Un joven, Raúl Recabarren, expresando lo que todos sentíamos exclamó: ¡Dios conserve por mucho tiempo esta preciosa existencia! El recuerdo imborrable de este momento fue evocado posteriormente en muchas ocasiones".

"La Concentración Nacional fue todo un éxito y terminó creando el Movimiento Nacional de la Juventud del Partido Conservador".

"Lircay" reflejó la nueva situación a partir de su número 18 del 8 de noviembre de 1935, al aparecer ahora como "Organo oficial de la Juventud Conservadora de Chile". Allí publicó los llamados '18 puntos de la Juventud Conservadora', especie de declaración de principios, muy brevemente enunciados, aprobada por la Convención. (9)

De esta manera quedaba sellado el punto de partida de un proceso de dimensiones históricas. Leighton, elegido por aclamación como primer Presidente de la Juventud Conservadora, lo encabezaría con energía.

CAPITULO VI

JUVENTUD CONSERVADORA - FALANGE NACIONAL (1935-1938).
LEIGHTON, MINISTRO DEL TRABAJO (1937-1938)

Con la Concentración Nacional de octubre de 1935 empieza una nueva etapa, rica en acontecimientos e intensa en actividad. Presidiendo la Juventud Conservadora, Bernardo Leighton sigue desplazándose por el país junto con varios otros dirigentes juveniles, dándole mucha importancia a la organización y a la difusión de la doctrina social cristiana. Un cierto sentimiento mesiánico se ha apoderado de ellos. Se sienten poseedores de una verdad salvadora para el país y se apresuran a transmitirla, procurando con su entusiasmada palabra persuadir a los demás.

El punto conflictivo central de este período se radica en el nivel de las relaciones de la Juventud con el Partido. Aquí se produce un proceso complejo de paulatina diferenciación, donde juegan un rol importante factores como: una interpretación distinta respecto a la aplicación práctica de la doctrina social de la Iglesia; un abismo generacional muy grande entre los dirigentes máximos del Partido y los de la Juventud; una pugna de poder entre ambos, al querer impedir la "vieja guardia" que los jóvenes conquisten el Partido, cambiándole su rumbo y hasta naturaleza, cosa que éstos ciertamente buscan, y, por último, una nueva visión sobre el papel de los cristianos en la política, menos confesional y, por lo tanto, menos vinculada a la Jerarquía de la Iglesia que antes.

En todos estos aspectos tiene Leighton una participación protagónica. Su acción la resume él mismo en un artículo publicado en el diario "El Correo de Valdivia" el 22 de febrero de 1936.

"Vamos del norte al sur de la República, visitamos las grandes y pequeñas ciudades, organizamos sin temor alguno discusiones públicas, llegamos hasta el hogar de las instituciones proletarias y, en todas partes, exponemos nuestro pensamiento serenamente, enérgicamente, sinceramente. El Partido Conservador pues, ha renovado sus procedimientos y espera cada día renovarlos más. Viejo y joven a la vez tiene fe en el porvenir de la Patria y lucha por ella."

Estas palabras irradian optimismo y no ven discrepancia alguna entre lo que la juventud hace como tal y lo que el Partido Conservador realiza en su propio terreno.

Leighton menciona aquí discusiones públicas que organizan donde quiera que pueden, dándole mucha importancia a este punto:

"Partimos tratando de tener la mayor cantidad posible de reuniones públicas para plantear nuestros puntos de vista. Las hacíamos normalmente en teatros. En Santiago le arrendábamos algunos a don Amador Pairoa, ciudadano comunista que más tarde fue senador por Curicó, Talca, Maule y Linares. Al fallecer éste, el 15 de agosto de 1944, fue reemplazado por don Arturo Alessandri Palma, electo en comicios complementarios con el apoyo, entre otros, de la Falange Nacional."

"Don Amador sabía que íbamos a sostener ideas completamente distintas a las suyas, pero no tenía inconvenientes en arrendarnos sus teatros, mientras era difícil encontrar otros para arrendar. Contribuía tal vez a ello el que nuestra posición fuera de respeto a todas las ideas, incluyendo las comunistas siempre que se adaptaran al respeto de la democracia y del régimen constitucional chileno. Este hecho se conoció en aquella época y produjo una impresión positiva en cuanto a la idea de saber tratar esas discrepancias en un plano de respeto y, en el fondo, también de fraternidad humana con los que tienen ideas diversas. En estas reuniones adoptamos también una práctica nueva para las costumbres políticas: la asistencia no era limitada sólo a los jóvenes conservadores. Asistía el que quería y, después de los discursos programados donde hablaban conservadores del partido y de la juventud, había tribuna libre para discutir. Podía hablar el que quería y decir lo que deseara siempre que se expresara con respeto a las ideas y a las personas. Su libertad era total para expresar ideas distintas y hasta contrarias a las nuestras. Aunque participaron de todos los sectores, fueron jóvenes nacistas y socialistas los que más utilizaron la tribuna que nosotros abrimos. El sistema dio buenos resultados y, en general, no hubo violencias. Lo llevamos a la práctica a lo largo de todo Chile. Me parece importante destacar todo esto, porque pienso que las democracias deben funcionar en medio de un permanente dialogo, educando en esta disciplina a todos los ciudadanos, a fin de que participen con respeto en la formación de las grandes decisiones nacionales. Esta práctica no se extendió mucho. Los otros partidos virtualmente nunca la adoptaron e incluso nosotros mismos tampoco la mantuvimos en toda la medida en que debimos hacerlo."

En medio de esta acción de propaganda surge, al interior de la Juventud Conservadora, un departamento dependiente de ella, que recibe el nombre de Falange Nacional. Al revés de lo que se ha sostenido muchas veces, la inspiración no viene de España para elegir este nombre. "Recuerdo que lo hablamos mucho. Nos basamos para hacer esta opción en las falanges macedónicas, que le sirvieron de instrumento a Alejandro Magno para alcanzar sus famosas victorias. En nuestro entusiasmo llegábamos a decir que la historia recordaría sólo dos falanges: las macedónicas y la nuestra... La Falange Española tenía un carácter facistoide que rechazábamos absolutamente y contra el cual luchamos desde un comienzo. Entiendo que en España se hicieron ilusiones de que estábamos creando algo similar a la Falange de ellos, pero se desilusionaron muy pronto."

La Falange Nacional nace, como puede apreciarse, como un departamento dependiente de la Juventud Conservadora, a comienzos de 1936. Su primer jefe es Ignacio Palma y su objetivo central la propaganda y la formación de cuadros. Se organiza con ciertas características semi-militares. Aunque nunca usa armas, existen cargos como "brigadieres" y otros, que ponen de relieve este hecho. Leighton respalda esta iniciativa, pero no participa en ella mientras es un simple órgano de la Juventud Conservadora. Es un hecho, sin embargo, que aquí se concentra el mayor dinamismo de la Juventud y le da rostro propio a la misma, diferenciándose poco a poco del Partido Conservador. "Lircay" refleja esta evolución a través de pequeños, pero significativos detalles. Por ejemplo, la insignia, que ha permanecido hasta hoy como enseña de los demócratas cristianos, aparece por primera vez en el No. 34 de "Lircay" de mediados de 1936, al lado del nombre del periódico. En un apartado se explica, además, su significado: "Una flecha vertical corta dos barreras: son los obstáculos que encontraremos dentro y fuera de nuestras filas y que tenemos la confianza de vencer siempre que sigamos la dirección de la flecha que se afirma en la tierra y se dirige hacia el cielo." (Pag. 1). Hay aquí una insinuación clara de que existen dificultades dentro del partido para llevar a cabo los ideales juveniles. Ellos se acentuarán con el tiempo y harán crisis, en forma paulatina, a lo largo de 1937 y, sobre todo, de 1938. Esto se expresará simbólicamente en el hecho de irse adoptando casi inconscientemente el nombre de Falange Nacional como denominación de la juventud conservadora, abandonándose de a poco esta última, que era la oficial. Al producirse la ruptura final, el nuevo partido ya tendrá su nombre propio: Falange Nacional.

En marzo de 1937 hay elecciones parlamentarias. La Juventud Conservadora lleva candidatos en muchas provincias, lo que implica un reconocimiento del Partido a su presencia e incansable actividad. Leighton no acepta postular a un cargo parlamentario, pese a los ruegos, consagrándose a fondo a dirigir la campaña de los candidatos juveniles.

El resultado satisface ampliamente a los jóvenes, pues llegan a la Cámara varios de sus representantes. El esfuerzo hecho aparece premiado por el electorado. Sin embargo, en este acontecimiento se encuentra también el germen de futuras dificultades con la Directiva del Partido, presidida todavía por Horacio Walker Larraín. Aunque este último apoya firmemente a los jóvenes, es presionado fuertemente para no permitir indisciplinas. Ahora que la Juventud muestra tener una suerte de representación propia en la Cámara de Diputados, esto le parece esencial a la "vieja guardia" para mantener al Partido unido bajo su control.

Pero inmediatamente después de las elecciones reina todavía el optimismo. Los nubarrones no alcanzan a empañarlo.

Por su parte, el Presidente Alessandri se apresta a reorganizar su gabinete, manteniendo, como lo ha hecho a lo largo de su gobierno, la participación conservadora. Surge entonces la idea de presentarle a don Arturo Alessandri algunos candidatos a ministros que pertenezcan a la Juventud Conservadora o estén cerca de sus planteamientos. Este acepta la idea y Leighton presenta una terna en la que figuran Eduardo Frei, Pedro Lira y Héctor Escríbar. El Presidente elige, sin embargo, a Leighton, designándolo Ministro del Trabajo. Lo ha conocido poco antes al serle presentado por Eduardo Cruz Coke, Ministro de Salud, escuchando de sus labios el planteamiento de la Juventud Conservadora y ha aceptado en gran parte su análisis.

Leighton considera consolidado el régimen democrático en el terreno puramente político, pero ve peligros que vienen del campo social, desde donde emergen reivindicaciones económicas muy justas. "Hay que llevar a cabo una política que le dé confianza a los trabajadores y no solamente a los dueños del capital", es en síntesis lo que Leighton le dice a Alessandri. Este responde nombrándolo Ministro del Trabajo.

"Cuando don Rafael Luis Gumucio me dijo que el Presidente quería designarme Ministro del Trabajo yo creí que estaba bromeando. Me tomó de sorpresa el hecho de que se pensara en mí. Pedí tiempo para meditarlo y sólo después de mucho cavilar y conversar, acepté. El día del juramento fue un día que no olvidaré jamás. Estaba más nervioso que un estudiante entrando por primera vez a la universidad. Yo no me había esperado esto y, además, todos los Ministros y el Presidente eran mucho mayores que yo. Podrían haber sido padres míos y algunos hasta mis abuelos. Don Arturo me preguntó entonces la edad. Al decirle que tenía veintisiete me respondió: ' !Me ganó por un año. Yo fui ministro por primera vez a los veintiocho!' Después agregó que, según sus recuerdos, sólo dos ministros habían sido más jóvenes todavía. 'Pero esa no era gracia', agregó, 'porque ellos eran Edwards y Matte'. En esos momentos, llegar adonde habíamos llegado era para él 'una gracia'. De hecho, él encabezó ya en 1920 la irrupción de sectores medios y populares en la política chilena."

Leighton guarda los mejores recuerdos de don Arturo Alessandri. Aunque discrepa con muchos de sus actos, valora su conjunto positivamente. Su paso por el Ministerio del Trabajo termina por transformarlo en un político ciento por ciento. Don Arturo lo respalda siempre, defendiéndolo de muchas críticas que le hacían los sectores más conservadores. Su testimonio merece registrarse aquí:

"Siempre me respaldó y me acompañó. Nunca presencié escenas donde él se violentara con sus ministros. Me habían contado algunas cosas al respecto, pero al parecer eso sucedió durante su primera presidencia. Entonces era más joven también y las condiciones del país eran agitadísimas. Conmigo fue siempre muy amable. Le gustaba saber todo lo que hacían sus ministros, pero nunca discutía con ellos. Se limitaba a respaldarlos. No tenía afición especial por determinados temas, sino que le interesaba que todo lo que hacía el gobierno saliera bien, sin una pasión particular por alguna de las materias. Yo lo informé siempre directamente, no llevando nunca los problemas de mi cartera al Consejo de Gabinete. 'Mire ministro', me dijo una vez, 'cuando quiera hablar conmigo pase sin anunciarse'. Así lo hice muchas veces, comprobando siempre, eso sí, si el Presidente estaba solo o no."

En el ejercicio de su cargo Leighton debe enfrentar numerosos problemas. Su estilo directo se hace sentir de inmediato y le da perfiles muy característicos a su acción.

"Tuve algunas huelgas. Por ejemplo, una en el norte. Eran trabajadores marítimos que cargaban cobre y salitre. Yo resolví ir personalmente al sitio del conflicto. Lo hice en un avión de guerra del Ejército. El Presidente estaba en Viña del Mar. Cuando llegué a Antofagasta me encontré con un telegrama suyo, dirigido a representantes sindicales, redactado en términos bastante fuertes. Al parecer le habían informado que los obreros estaban en una posición violenta e ilegal. Por teléfono le informé que la huelga era legal y que no había actitudes violentas. Don Arturo me dijo: 'Lo que Ud. haga está bien hecho. Ud. me representa. Las empresas a veces son tan extremistas como los sindicatos, comunistas o no, y no quieren aceptar nada. Son situaciones difíciles y delicadas. Vea Ud. lo que corresponde hacer y no tome mi telegrama como norma.' Gracias a este respaldo pude actuar y resolver la huelga, mediante arbitraje aceptado por ambas partes. Pasaron después diez años sin que hubiera un conflicto ahí mismo. Cuando le comuniqué al Presidente todo, se alegró mucho: 'Qué bueno. Ahora véngase y descanse. Lo felicito.' Le respondí que todo había salido bien, porque cumplí los criterios que él me había dado por teléfono."

La prensa de la época registra también la pasada de Bernardo Leighton por el Ministerio del Trabajo. He aquí algunos de sus testimonios:

- "La designación de Bernardo Leighton para la cartera del Trabajo, en el actual Gabinete, fue acogida con entusiasmo por la opinion pública. Se trataba del Presidente de la Juventud Conservadora, que tiene a su abono una labor vasta y humanitaria, realizada en la tribuna, en el artículo escrito al pasar, en el manifiesto, en la conferencia, y lo que es más, en la acción perseverante." (Zig-Zag, 16 de abril de 1937).

- "Por vez primera quizá el viento de renovación que sacude los viejos ramajes de las organizaciones políticas alcanza hasta las alturas de la organización ministerial. En efecto, vemos que el Excmo. Sr. Alessandri, con penetrante visión del porvenir, y en ejercicio de sus facultades constitucionales, ha formado su nuevo ministerio llamando a él a un hombre de hoy, sin raigambre en los consejos tradicionales de los partidos, que no llega aún a los treinta años de edad, que, en pleno ardor de elecciones, rehusa candidaturas, y que, dinámico, y como empujado por una fuerza invencible, recorre de norte a sur el país en difusión de principios que no por ser su difusor pelucón, dejan de escalofriar a los timoratos que temen la mano juvenil sobre cualquiera directiva..."

"Porque esto es Bernardo Leighton Guzmán, el nuevo Ministro del Trabajo: una mano nueva sobre el timón de una de las carteras más importantes del Gobierno. Su nombre no evoca un pasado de esos que hacen las delicias del comentario, de la leyenda o de la historia. Es un hombre de hoy, surgido de la agitación renovadora que se ha apoderado también del partido conservador, y que pese a menguadas concepciones de la disciplina, tiende a destacar relieves de dirección en la cosa pública." (Zig-Zag, 2 de abril de 1937).

-"Don Bernardo Leighton, llevado por la Juventud Conservadora a la más delicada responsabilidad de Gobierno representa en el Gabinete todo el anhelo impetuoso y sano, consciente y sagaz de la muchachada de ahora, anhelante de servir a la patria y de lograr para la totalidad de sus hijos el bienestar que nuestra tierra ubérrima es capaz de depararle a todos." (La Unión de Valparaíso, 12 de abril de 1937).

- "Parece un 'cabro' y provoca hablarle de tú. Aseguran que tiene veintisiete años, pero representa veinte. Aquí está, detrás de su escritorio de Ministro del Trabajo, rodeado de timbres y teléfonos, y pudiera creérsele un escolar en tren de travesura. Pero Bernardo Leighton ya tiene contornos de figura política, y desde su actuación como Presidente de la Juventud Conservadora, acusó perfiles de firme personalidad. Esta valoración se justifica en cuanto se cruzan frases con él. Dentro del estuche juvenil hay un hombre ponderado, reflexivo, con grandes bríos para la acción." (HOY, 18 de mayo de 1937).

El 14 de diciembre de 1937, Bernardo Leighton presenta por primera vez su renuncia al cargo de Ministro. La causa está en los diputados de la Juventud Conservadora, que han votado en la Cámara en contra de un proyecto del gobierno sobre tierras magallánicas. Es un gesto de delicadeza de su parte. Al escucharle a Alessandri un comentario adverso a la actitud de esos diputados, piensa que ha perdido su confianza. Le presenta su renuncia verbalmente y después la formaliza por escrito. El Presidente de la República la rechaza y Leighton no insiste en ella. "No tendría yo motivo para insistir en ella, tanto más cuanto que en S.E. he encontrado siempre un apoyo firme y sincero; en consecuencia, la he retirado, junto con expresar mis agradecimientos al Presidente. He creído ser leal con él y con mis correligionarios." (Declaraciones a "El Mercurio", 16 de diciembre de 1937).

A comienzos de marzo de 1938 se produce un incidente político-policial que moverá a Leighton a dejar definitivamente el Ministerio del Trabajo. A raíz de una caricatura de la revista "Topaze", que hiere mucho al Presidente de la República, el Gobierno requisa la edición y la hace quemar. Considerando que esto constituye un abuso de sus atribuciones y que no puede solidarizar con la actitud del Presidente, Leighton presenta su renuncia definitiva. No quiere dejar constancia pública del motivo de su alejamiento, razón por la cual en ningún instante hace declaraciones en ese sentido. Sin embargo, la opinión pública lo interpreta correctamente.

"Cuando le comuniqué mi decisión de renunciar, lo hice en términos bien categóricos. Don Arturo estaba muy afectado y no quería que yo renunciara. Trató de que conversáramos al día siguiente del asunto. Entonces le dije: 'Presidente, entiendo que Ud. no me comprenda, pero no puedo seguir siendo ministro si veo que el Presidente actúa, a mi juicio, en forma contraria a la Constitución. No daré a conocer estos motivos públicamente, pero debo irme hoy mismo.' El fue muy cariñoso y leal conmigo y aunque hubiese preferido que no renunciara, comprendió que yo no tenía otro camino."

Quizá nadie expresa mejor lo que muchos sentían, al ver alejarse a Leighton del Ministerio del Trabajo, que Guillermo Donoso Vergara en un artículo que publica en el diario "La Mañana" de Talca, el 15 de marzo de 1938:

"A diferencia de otras mentalidades jóvenes, que viven de esquemas prehechos, con la agilidad del moderno estadista se acercó a los hombres de trabajo. Les habló de un nuevo concepto de justicia social. Y el país tuvo fe en el Ministro. Hoy se aleja. Las violaciones a la Constitución y la Ley cometidas por el Presidente de la República han servido para demostrar su dignidad de hombre de bien y su sinceridad de cristiano. En una edad en que otros son simples trepadores de situaciones Bernardo Leighton deja el poder por ser leal a la doctrina. Esto constituye un ejemplo que, dadas las circunstancias podría ser mirado como heroísmo. Con la misma cobardía que en 1927, cuando el sr. Ibáñez atropelló las instituciones constitucionales, liberales y conservadores doblan la cabeza para evitar un mal mayor. En Leighton reviven las viejas tradiciones chilenas, de Portales, de Montt y de Varas".

"El país está cansado de las palabras que no se sienten y de las leyes que no se cumplen. Bernardo Leighton fue la antítesis de este mal. Lo que dijo lo cumplió y su palabra siempre tuvo el calor de un pensamiento real. Su fe en la misión histórica de la juventud chilena marcó el rumbo de todas sus actuaciones. Muy fácil hubiera sido para él seguir en el gobierno a imitación de los demás Ministros de Estado. Pero no era su personalidad la del mediocre que sólo apetece figurar. Y fue el único para honra de nuestra generación."

"Bernardo Leighton ha abierto un surco y ha depositado una semilla que ha de fructificar en el mañana. Quiera el destino serle propicio. Y reciban nuestra adhesión por ello él y sus compañeros de la Falange Nacional."